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Apoyo Mutuo (3/9)

|  agosto 01 de 2020  |  POR: Fray Ricardo Ernesto Torres Castro, O.P. • Reflexión desde el Convento Enrique Lacordaire, Robledo, Medellín.| 

“… Hemos procurado tocar tierra como miembros de una Orden que predica el misterio de la Encarnación” (Actas CGBH 69). Nuestra vida Dominicana, llena de amor a Dios y a los hombres, es una expresión de caridad frente a un mundo que se debate entre la indiferencia, la inhumanidad y la inmoralidad. Somos hijos de una expresión de vida eclesial, que en el compromiso social exige solidaridad y este a su vez requiere equidad. Hemos procurado tocar la tierra, muchas veces no logramos hacerlo. Nuestro ego, autosuficiencia y prepotencia nos impide llegar con efectividad. Vivimos en un mundo que se ha descontrolado por un virus que ha tocado a muchos, que nos genera miedo y que esperamos no nos alcance. Aún, con el peligro que hoy produce tocar la tierra, nos da miedo acercarnos, nos da pánico estar al lado del otro, del hermano, del que se postró un día como yo, en tierra, para pedir la misericordia de Dios y de la Orden. Este virus nos confinó, nos alejó del dolor del hermano y nos enfrentó al propio dolor. Perdimos el tacto y con él, nuestra incapacidad de sentir y, como consecuencia, nuestra fraternidad. 

Seguramente, antes del covid-19 otro virus ya rondaba los conventos. Un virus que nos impidió llegar al hermano, tocar su vida y dejarse tocar. Un virus que puso a nuestros superiores en una situación de tal vulnerabilidad que ni ellos, con la confianza depositada, le dieron respiración al agobio de estar contagiados. No entendimos cómo este virus se nos instaló, hizo su contagio masivo y ni nos habíamos dado cuenta de ello. La indiferencia, la crudeza, la falta de comunicación fueron síntomas que no habíamos identificado. Cuando llegó el Covid-19, el otro virus, en algunos se hizo más fuerte y en otros resultó ser la vacuna. Hemos procurado tocar la tierra, para asumir con realismo la vida que nos corresponde, la misión que nos fue confiada y la profesión hecha en tierra, como miembros de una Orden que predica el misterio de la Encarnación. Cuando llegó ese nuevo virus, las cocinas de los conventos se llenaron de creatividad, la valoración por nuestros viejos y sus oídos más dispuestos nos llevó a entender su valor en medio de nosotros. Cuando llegó ese nuevo virus, los brazos del alma añoraban el abrazo de paz que físicamente no nos podíamos dar, buscábamos una conversación y hasta entendernos desde las particularidades de la vida. Cuando el nuevo virus se hizo más fuerte, la desesperación, el miedo, la preocupación por el cuidado de los hermanos nos abrió el camino para tocarnos de otra manera, sentirnos de otra manera y amarnos, seguramente, de otra manera.

Este tiempo de renovación ambiental, social y comunitaria nos mostró, desde el reflejo del espejo retrovisor, que no podemos seguir igual, que nos merecemos construir una nueva normalidad, que debemos tocar la tierra, esa de la que venimos y a la que retornaremos, el barro de nuestra humanidad. En esta fiesta de Nuestro Padre, ¿Qué tipo de dominicos somos? ¿Cuál es el virus que más daño nos ha hecho? ¿Qué responsabilidad asumimos frente a la normalidad que merecemos construir? Ya no nos debemos al hecho de, simplemente seguir adelante, nos merecemos construir una nueva realidad, quizá retornando al sentido de las preguntas fundamentales. ¿A qué vinimos a la vida religiosa? ¿Cuál tierra vamos a tocar? En definitiva, si no lo asumes, ¿Para qué lo sigues? De estas respuestas, veremos cómo de los signos con que Cristo acompañaba la proclamación de la Buena Nueva a los pobres, efectivamente, “quienes estuvieron ciegos ahora ven, quienes habían perdido la palabra por causa de la opresión y estaban mudos, ahora hablan; quienes se sentían tullidos y paralíticos, porque habían sido maltratados durante siglos, ahora caminan y se organizan como pueblo” (Monseñor Proaño).

Y, pues, tan esclarecido fuiste en obrar milagros, curando enfermedades corporales, cura nuestras almas enfermas y alcánzanos el amor de Jesucristo.

O también,

Ya que en la tierra fuisteis poderoso en obras y doctrinas, sea también eficaz en el cielo vuestra intercesión para alcanzarnos santa vida y dichosa muerte.


Reflexiones del Tiempo Ordinario 2020