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Consagremos nuestros corazones a Jesús

|  septiembre 15 de 2023  |

Acabamos de escuchar el relato del evangelio de Juan en donde aparecen seis corazones consagrados en torno a la cruz. Un corazón consagrado es aquel que sigue plenamente las enseñanzas de Jesús.

 El principal corazón consagrado es el de Jesús, el maestro, quien es coherente con lo que había anunciado a los discípulos sobre su muerte y, a pesar de que fue la mayor prueba, cumplió lo que enseñó; también tenemos el corazón consagrado de María, en Ella se estaba cumpliendo la profecía que hizo Simeón, cuando Jesús apenas era un bebé, “una espada te atravesará el corazón” María no dudó en afrontar ese dolor; y están, los corazones del discípulo amado y el de las otras tres mujeres que estaban al pie de la Cruz. A diferencia de Pedro y el resto de discípulos que huyeron.  

A pesar del testimonio de Jesús, María y los demás, en la actualidad hay cristianos con corazones herejes.

Son corazones herejes aquellos que no laten sincronizados con las enseñanzas de Jesús y rehúyen del dolor, son corazones esquivos. Los vemos en movimientos y cultos que invitan a sus seguidores a parar de sufrir y enseñan una doctrina solo de prosperidad y bendiciones. Estás enseñanzas que “entretejen a medias sobre Jesucristo con sus propias especulaciones” son falsas, solo llevan a un cristianismo incompleto, a un cristianismo Soso.

Para que el mensaje de Jesús sea completo hay que estar abiertos a la dimensión mistérica del dolor. En el evangelio de Marcos, podemos entender de forma holística las enseñanzas de Jesús a sus discípulos. Jesús los llamó y ellos aprendían de Él al ver: cómo hablaba con autoridad porque era coherente, veían que hacía milagros, expulsaba demonios que atormentaban a la gente, era compasivo, oraba y predicaba, veían como tenía especial predilección por los excluidos, escuchaban como anunciaba el Reino de Dios.

Después de estas enseñanzas los envió a la misión y cuando ya habían madurado en la fe, tal como lo demuestra Pedro en cabeza de los doce, Jesús habla sobre un aspecto fundamental de su seguimiento, el sufrimiento. Jesús anuncia a sus discípulos, por primera vez, que el Hijo del Hombre padecerá mucho, morirá y resucitará al tercer día y los discípulos no entendían. También les dice que quien quiera seguirlo debe cargar su propia cruz. Este nuevo tema no será sencillo de asimilar y a los discípulos les costará hasta las lágrimas, como lo vivió el mismo Pedro después de negar a Jesús.

La dimensión del dolor lo entendió muy bien María. Hoy que la Iglesia celebra la dolorosa se recuerdan los 7 dolores a los que María no rehuyó, entre muchos más.

  1. La presentación de Jesús en el templo, cuando Simeón profetiza que una espada le atravesará el corazón.
  2. La huida a Egipto, para proteger al niño Jesús.
  3. Cuando Jesús se perdió en el templo.
  4. El encuentro de María y Jesús en el camino de la cruz.
  5. La muerte de Jesús.
  6. Cuando el cuerpo de Jesús es bajado de la cruz (en el arte, esta escena, la llaman la Pietá) La iglesia no está de acuerdo con otras obras de arte que presentan a María, desmayada recibiendo el cuerpo de Jesús. Porque la actitud ante el dolor es la determinación y la fe.
  7. La sepultura de Jesús.

Al soportar estos sufrimientos se intuye que María comprende que son parte de la limitación humana y de la historia de la salvación. Ella no vio en los dolores: abandono, castigo, injusticia, por parte de Dios. Por eso María podría decirnos: Tú estás sufriendo, yo también sufrí; tu reniegas del dolor, yo no, porque comprendió con humildad y paciencia el misterio que encierra esta dimensión.

Por último, hay que tener claro que María no busca el sufrimiento, es más, cuando vio que era posible remediarlo lo evitó, por ejemplo: en las bodas de Caná evitó el dolor a los novios por la escasez de vino, evito el dolor de su prima Isabel acompañándola porque estaba sola. Entonces podríamos preguntarnos ¿cuál es el dolor al que no hay que escapar? Y la respuesta es: el dolor al que no hay que escapar es el que trae consigo amar y seguir a Jesús, porque a los corazones que laten en sincronía con sus enseñanzas, necesariamente, una espada les atravesará el corazón. Preguntemos si somos corazones esquivos, como en principio lo fue el de Pedro y los otros, o somos corazones consagrados como el de Jesús, María y los que estaban en torno a la cruz. También preguntémonos qué hacemos para aliviar el dolor de tantos que sufren a causa de la injusticia, la corrupción y los sistemas que oprimen a los menos favorecidos. ¿Estamos propiciando la participación a los silenciados de nuestra época?


Fray Andrés Eduardo Coronado Villalba, O.P.


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