Hermanos, La parábola que acabamos de escuchar es una de las dos parábolas sobre la oración que presenta Lucas, en esta ocasión vuelve a insistir a través de ella, en las preguntas que se plantaba la iglesia (y que aun debemos preguntarnos), es decir, insistían en la perseverancia y en la humildad. Esta parábola versa precisamente sobre la oración. Y de entrada nos dice que nuestra oración debe ser constante y sin perder ánimo.
Démonos cuenta hermanos que, según el relato, hay un contraste entre los dos personajes principales, el juez seguramente era muy rico y la viuda seguramente era muy pobre, por lo cual, la viuda no tenía chance de pagarle al juez o a su ayudante para que le cumpliera lo que buscaba, la justicia, pero, aun así, sin ser de la misma categoría o estatus socio económico del juez, se atreve con humildad y con perseverancia a suplicarle al juez, pues el relato nos dice que solía ir a decirle.
Es así hermanos que lo que buscaba Jesús con esta parábola no era comparar a Dios con aquel juez corrupto e impío, sino que buscaba comparar nuestra conducta con la de la viuda, seguros de que, si perseveramos, conseguiremos lo que pedimos. Muchas veces dejamos enfriar en nosotros la sed de Dios, dejándonos llevar por la soberbia y orgullo propio, desconociendo que hay cosas que se salen de nuestras manos, que hay cosas y cargas con las cuales no podemos llevar nosotros solos por nuestra fuerza, que hay situaciones donde no basta mi filosofía o mi teología, sino que en esos momentos es necesario entregarnos a Dios por medio de su suplica, es decir, por medio de la oración.
No debemos tener dudas en la eficacia de nuestra oración, pues primero esta Dios sediento, atento y haciéndose el encontradizo con nosotros para que nos encontremos con él por medio de la oración. Es así que la oración es el encuentro de la sed de Dios y la sed del hombre. Es allí donde nos encontramos con Dios no de forma extraña, ni siquiera de manera desigual como el juez y la viuda sino como parte de los elegidos por Dios.
Hermanos, la lucha, el dolor, el odio, la desesperanza, la angustia hacen parte del diario vivir de nuestras familias, de nuestros amigos y de nuestras comunidades, por eso hay que orar mucho por la iglesia, por el pueblo de Dios. Nuestra oración debe ser constante, asidua, día y noche, porque hay situaciones que no comprendemos, hay actitudes de nuestra familia, de nuestros amigos, de nuestros hermanos, injustas, que por nuestra frágil y escasa caridad no sabemos cómo llevarlas. Por eso debemos orar con insistencia, con perseverancia, con humildad, no como autosuficiencia sino en actitud de apertura a Dios.
Finalmente, algo particular de este relato es que es la única parábola que termina con un interrogante, ¿encontrará esta fe en la tierra? Como exhortándonos a no desfallecer en nuestra oración.