Quien se enaltece será humillado y quien se humilla será enaltecido
| agosto 28 de 2022 |
Apreciados hermanos: en este evangelio San Lucas nos narra que Jesús entra a comer en la casa de un jefe fariseo y que todos los que allí estaban tenían los ojos puestos en Él. Cuán importante es que Jesús entre en nuestras vidas, no simplemente como un cúmulo de conocimientos, sino como un verdadero modelo de vida que nos conduzca por el sendero que lleva al Padre. Para que esto ocurra, seguramente, debemos observarlo, pero a diferencia de los fariseos, no como a alguien desconocido, ni para luego juzgarlo por sus palabras y acciones; sino con ojos deseosos de conocerlo. Conocer a Jesús se traduce en leer sus enseñanzas, entenderlas y ponerlas en práctica, es decir, haciendo palpable su mensaje en nuestras expresiones y reflejando su presencia en cada uno de nosotros.
Bajo esta idea, escuchamos que Jesús tras observar en la cena como las personas elegían los puestos de honor les propone a estos una parábola. Por una parte, se nos invita a no buscar los primeros puestos ¡Qué complejo puede resultar esto en nuestros días! En muchas ocasiones, nuestro deseo de figurar y de buscar reconocimiento innecesario hace que optemos por perder de vista el mensaje de Jesús y antepongamos nuestra soberbia. Escribirá San Agustín: la soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano. De ahí que tendamos siempre a evaluar nuestros actos para que no nos conduzcan a la hinchazón, que enferma y envenena al corazón.
Una buena forma de combatir este pecado capital, nos la plasma el mismo Jesús cuando insiste en mostrarnos que nosotros no somos los únicos invitados al banquete. Por el contrario, hay más invitados, lo que implica que debemos salir de nosotros mismos para entender la importancia que tienen también los otros. De esta manera, dejaremos el sentimiento de superioridad con respecto a los demás y tendremos la capacidad de ubicarnos en el último puesto.
Escoger por cuenta propia el último puesto es alejarnos de las actitudes farisaicas y abrazar la humildad. Muchos piensan que este lugar en la mesa sirve para ofrecerlo como penitencia a Dios, sin embargo, lo que no saben es que Él lo tiene como un puesto especial: es el lugar privilegiado para sentarse, porque quien se enaltece será humillado y quien se humilla será enaltecido. Formarnos en humildad es reconocer nuestras debilidades, cualidades y capacidades, y aprovecharlas para ponerlas al servicio de los demás.
Ahora bien, estar al servicio de los otros no debe ser algo momentáneo sino permanente y no puede pensarse para obtener reconocimientos, porque no emanaría de una autentica humildad. Jesús en los evangelios nos insiste en servir, por lo que esta acción se convierte en tarea de todo cristiano. No podemos pretender servir solo en ciertos escenarios, puesto que nuestra vida debe estar volcada al servicio sin tener en cuenta el lugar o persona con la que nos encontremos. Es importante recordar que hemos venido al mundo a servir y no a ser servidos.
El evangelio va concluyendo con la invitación que Jesús nos hace de convidar a los que no tienen con qué pagarnos. Esto nos lleva a volver nuestra mirada hacia aquellos que no se hallan dentro de nuestro círculo social para que nos encontremos con ellos y entendamos que también son hijos de Dios y requieren de alguien que se solidarice con sus sufrimientos y dificultades.
Pidámosle al Señor que nos ayude a cambiar la soberbia por la humildad, y que esta última nos lleve a servir con generosidad a los demás. Todo esto para que cuando algún día entremos al banquete celestial Dios mismo nos diga: Amigo, acércate más. Amén.
Fray Oscar Ruiz, O.P.
- Cursa tercer semestre de la licenciatura en filosofía y letras de la Universidad Santo Tomás.
Te pueden interesar otros contenidos sobre predicaciones de tiempo ordinario. clic aquí: