Las implicaciones de ser predicador
| agosto 14 de 2022 |
Tenemos la figura del fuego como un elemento importante al inicio de este evangelio. Este fuego representa la Palabra de Dios, palabra de vida y Buena Nueva que trae Jesús para instaurar el Reino de Dios. Jesús desea con ansias que este fuego sea expandido a lo largo y ancho del mundo. ¿Por qué diría esto si no fuera para compartir este deseo con sus apóstoles y, por así decirlo, sembrarlo en sus corazones? Primero que todo me gustaría que contempláramos esto como un llamado personal. Jesús nos quiere hacer partícipes de su misión, de esa misión confiada a sus discípulos, para la cual enciende ese fuego en nuestro corazón, ese anhelo que nos mueve a seguirlo desde cada una de nuestras realidades. El mensaje de la verdad trae así unas consecuencias para la vida de la persona que lo escucha.
Aquí es donde, se encuentra una dificultad. El cómo se reciba el mensaje va a repercutir en qué tipo de persona somos frente a las palabras de Jesús y en nuestra reacción ante ellas. Como el mismo Señor lo expresa cuando se refiere a no haber venido a traer paz sino contradicción o división a la tierra, deja entrever que la verdad contenida en su predicación puede llegar a incomodar a muchos y a generar división entre la gente. Precisamente, aquel que se compromete en la labor de la predicación, no solo de palabra sino también en su modo de obrar, puede llegar a incomodar a otras personas que se encuentran en su entorno. Ahí es donde Jesús recalca el tema de la división, algo que podría sonar contradictorio según la lógica del amor que Él ha venido a proclamar.
En este punto, es importante identificar un peligro. La división que produce la predicación surge de modo espontáneo. La verdad proclamada puede generar de manera natural la confrontación y el rechazo de muchos, pero esto nunca debe ser algo buscado. Aquel que piensa que está predicando de manera correcta porque suscita la división entre aquellos que lo escuchan, no ha entendido el sentido de las palabras de Cristo en este evangelio. Cuando se busca la división o mejor dicho la polémica solamente por la polémica se está atentando contra el valor original del evangelio, que en realidad procura siempre la salvación, la felicidad y la unidad o comunión de las gentes.
Sucede entonces que el cristiano comprometido sinceramente con su fe no puede tener miedo de proclamar aquello que de Dios ha recibido como fuego en su corazón. El mismo Señor ha expresado que no dejará solo, ni abandonará a ninguno de los suyos. El salmo de este domingo recuerda que ante la súplica del hombre que clama “Señor, date prisa en socorrerme”, Dios se inclina hacia él y oye su clamor, para luego poner sus pies sobre roca, es decir, fortalecerlo y darle la gracia necesaria para seguir adelante. El Evangelio muestra que incluso en la familia podremos encontrar oposición. Muy posiblemente ya hemos experimentado esto al optar por Cristo; nunca falta el familiar o amigo reacio a las cosas de Dios. Incluso podríamos llegar a encontrarnos con resistencia y oposición por parte de algunos miembros de la comunidad. No obstante, el Evangelio también da a entender que entre los que nos rodean tampoco llegaremos a estar totalmente solos cuando dice: “Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres dos”. Habrá alguien para apoyarnos, y aún si hubiese un caso extremo en el cual todo el mundo se apartará de nuestro lado, el Señor siempre estará ahí para ser la roca firme que sustente nuestros pasos.
Por otra parte, respecto a la tribulación que sobreviene al predicador, la carta a los Hebreos cobra sentido cuando afirma que “Jesús…en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, [y] ahora está sentado a la derecha del trono de Dios”. El cristiano, y en especial el predicador, al comprometerse con la misma misión de Cristo, está sujeto a recorrer sus mismos pasos y a beber de su mismo cáliz. Aquí se encuentra otro llamado, a seguir los pasos de Cristo sabiendo de antemano el perjuicio que esto le puede causar, pero con la confianza serena de que al terminar alcanzará la recompensa que a fin de cuentas es Jesucristo, Dios mismo.
Jesús jamás oculta la realidad, es directo y claro al mostrar las consecuencias que conlleva ser su discípulo. Con esto me refiero a que aquel que predica la verdad corre el riesgo de ser perseguido. Esto mismo se evidencia en la primera lectura, cuando los dignatarios del rey quieren deshacerse de Jeremías porque según ellos lo único que hace con sus sermones es desmotivar al pueblo. No se dan cuenta de que lo que busca por encima de cualquier otra cosa es el bien de ese mismo pueblo, o sea, su conversión, salvación y retorno a Dios, al camino recto y verdadero.
Sucede entonces que lo apresan y lo tiran a un foso o aljibe. En el fondo de aquel aljibe Jeremías se encuentra con el lodo, ya que no había agua allí dentro. Muchas veces en nuestra vida como cristianos y predicadores es necesario tocar nuestro lodo, el de nuestras miserias; así lo queramos o no, en algún momento nos hallaremos frente a este, y antes que rechazarlo o ignorarlo, la actitud más provechosa sería reconocer nuestras flaquezas y debilidades, nuestras incoherencias y contradicciones. La predicación ante todo es un camino de conversión constante; esto significa que las palabras que salen de la boca del predicador no van a parar solo a los oídos de los demás, sino que antes deben haber pasado por el corazón del mismo predicador, cuestionándolo primero sobre la coherencia con que las vive y transformando, por consiguiente, su vida.
Finalmente, Jeremías es socorrido y liberado. Los momentos de dificultad y prueba pasan, a pesar de que vengan con fuerza e insistencia. Lo que permanece es aquello que hayamos hecho por Dios. El mismo Apóstol invita a continuar por este camino cuando dice: "Corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús”. “No perdáis el ánimo”, dirá para concluir. Aunque estas lecturas y evangelio son una visión objetiva de la realidad del cristiano comprometido con su misión de predicación, a la vez son una exhortación para seguir avanzando, sin desfallecer, con la confianza firme de que Dios nos acompaña y nos cuida en todo momento.
Hermanos, no tengamos miedo de llevar a los demás el mensaje de salvación, la Palabra de Dios. Esa palabra es lo que necesita el mundo, lo que muchas personas de nuestra época anhelan en sus corazones sin siquiera saberlo.
Fray Santiago Padilla, O.P.
- Cursa tercer semestre de la licenciatura en filosofía y letras de la Universidad Santo Tomás.
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