Solemnidad de Cristo Rey del Universo
| noviembre 21 de 2021 |
Cristo, Rey por siempre.
Escuchamos en el evangelio de hoy un apartado del juicio de Jesús ante Pilato, donde éste le pregunta a Cristo si verdaderamente es rey. De esta escena se pueden extraer algunas consideraciones actuales para nuestra vida como cristianos.
Imagina a Pilato teniendo en frente a un hombre medio vestido, maltratado por los soldados, sangriento, hambriento y hasta maloliente, absolutamente un despojo de hombre que nada se parece a un príncipe, mucho menos a un rey. Ante esto, es natural que Pilato le pregunte si verdaderamente es de la realeza, pues para estar en su presencia, acusado por la multitud y en semejante semblante, seguramente la desgracia lo había acechado y esa era una historia prometedora y digna de interés para el mandatario.
La humanidad, desde tiempos inmemoriales ha tenido entre sus poblaciones a ciertos hombres y mujeres que, por una u otra razón, han sobresalido entre los demás, generalmente por ciertas cualidades en donde podemos acentuar la estrategia e inteligencia política, por la que algunos han subido al poder de gobierno de grupos humanos. No siempre es una constante el que el más apto llegue a gobernar, pues de sobra tenemos ejemplos en la misma historia donde tiranos, déspotas, ladrones, etc; han gobernado torpemente haciendo mucho mal a todos. Lo cierto es que el estar en un puesto de mando, sobre todo en un reino, otorga ciertos privilegios para quien porte la corona, por lo que un rey o reina siempre será visto como alguien superior, digno de respeto, quizá medio divino o completamente elevado sobre el resto de los “mortales”.
Y el hecho de que Pilato le pregunte a Cristo si verdaderamente es rey nos presenta precisamente esto, una duda del por qué siendo de tan alta dignidad se encuentra ahora peor que cualquier hombre desgraciado de la ciudad; Jesús responde “mi reino no es de este mundo” (Jn 18, 36) del que podemos constatar que, en efecto, Cristo es rey pero no como los reyes de este mundo, ya que su reino no posee el alcance de las proclamaciones políticas ni las estrategias de gobierno, sino que la fundamentación de dicha realeza es el dar testimonio de la verdad que es Él mismo. Y es que Jesús, como enviado del Padre, con su predicación muchas veces anunció el Reino de Dios del que mencionó es: paraíso, gloria, cielo, visión de Dios, etc; (una riqueza de conceptos para tratar de explicar la vida con Dios desde el lenguaje analógico) Y Cristo es precisamente el Rey de este reino.
Pero no debemos caer en la trampa de considerar que el reino de Dios es algo que solamente nos atañerá cuando estemos en la otra vida, pues estaríamos ingresando en la trampa de desentendernos de estas realidades propias, así como de un cierto acomodamiento a la maldad, los sufrimientos, las injusticias y tantos males que aquejan al mundo de hoy, de ayer, de mañana. Si reflexionamos de esta manera puede surgir la siguiente pregunta ¿A quién le importa un rey del otro mundo? ¿Para qué sirve, entonces, todo lo del aquí y ahora, sobre todo si está permeado por el dolor?
No podemos olvidar que Cristo, en repetidas ocasiones, señaló: ¡Arrepiéntanse que está cerca el reino de los cielos! (Mt 3, 2. 4, 17), el reino “está entre ustedes” (Lc 17, 21). En medio de esto, la conversión de vida se manifiesta como un cambio necesario por medio del cual cada uno de nosotros acepta este Reino que, al comenzar en esta vida, aquí y ahora, nos pide ser misericordiosos, ayudar al pobre, socorrer al necesitado, no participar de las injusticias, y tantas acciones y actitudes por medio de las cuales nos hacemos colaboradores de la extensión de este Reino en medio del prójimo. Este Reino de Cristo (Dios) no depende de las lógicas políticas humanas, ni de la economía o de las ocupaciones militares; depende de nuestra libertad para aceptarlo en lo más íntimo de nuestros corazones, con fe y convicción de que por Cristo, con Él y en Él nuestra vida encuentra su plenitud, de que al final de nuestras vidas podremos gozar de su presencia eterna y plena, no sin antes vernos abocados a trabajar por la construcción de un mundo mejor aquí y ahora, en nuestra propia realidad, con el prójimo y ante todo, con el amor y entrega que nos debe caracterizar como verdaderos cristianos.
Muy acertadamente en el 2014 el Papa Francisco, precisamente en esta solemnidad, recordaba a sus oyentes que los cristianos estamos llamados a imitar a Nuestro Señor, principalmente en las obras de misericordia por las que realizó desde ya el Reino entre los hombres; hacerlo es acoger esta realeza de Cristo porque se ha predispuesto en el corazón nada más y nada menos que la caridad de Dios, uno de los motores de la construcción de dicho Reino en la tierra. Finalmente, S.S. Francisco acota que Jesús, con su resurrección, ha abierto para la humanidad el Reino, del que cada uno de nosotros tiene la libertad de entrar o no en él, en caso de optar por tan grandioso regalo, es necesario hacernos “concretamente próximo al hermano que pide pan, vestido, acogida, solidaridad, catequesis. Y si amaremos de verdad a ese hermano o a esa hermana, seremos impulsados a compartir con él o con ella lo más valioso que tenemos, es decir, a Jesús y su Evangelio” (Francisco, 2014).
Fray Jaider Jiménez Yacelly, O.P.
- Licenciado en Filosofía, Pensamiento Político y Económico.
- Cursa séptimo semestre de Teología en la Universidad Santo Tomás.
Te pueden interesar otros contenidos sobre este tema clic aquí: