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Predicación Domingo XXXI del T.O.

|  octubre 31 de 2021  |

Queridos hermanos; a solo unos domingos de finalizar el año litúrgico, se nos presenta en el evangelio de San Marcos el principal mandamiento, puesto en boca del mismo Señor:

"...amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser” y añade “Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos.»

De seguro, no es extraño para nosotros escuchar que Cristo nos mande amar, en esta ocasión el Señor responde al escriba, hablando de la institución más sagrada del judaísmo, la ley de Moisés.

Podríamos hacer una exégesis de la palabra amor, de algunas de sus características, pero en esta ocasión a tan solo cuatro domingos de finalizar el tiempo ordinario, la invitación es a revisarnos si en este año “he amado a Dios y al prójimo como a mí mismo”.

No se está exento de ofender a Dios, no se está exento de atentar contra la caridad, no se está exento de tener disgustos con el prójimo, aún en la misma casa. Es difícil (incluyéndome) reconocer a Dios en el otro y más cuando lo juzgo por sus actitudes, difiere y es atípico a mí; de la misma manera, yo puedo dificultar que los demás vean a Dios en mí con mis actitudes. ¿Cómo puedo decir amar a Dios y no reconocerlo en el hermano? ¿O como puedo amar aparentemente al hermano y no amar a Dios? Esto para nosotros los cristianos no tiene cabida pues:  amando verdaderamente a Dios, amo al hermano y amando verdaderamente al hermano, amo a Dios.

La experiencia auténtica de Dios traerá consigo el amor al prójimo, por eso los cristianos bebemos en Dios fuente de todo amor, para después comunicarlo. Es ahí cuando no amo aparentemente al hermano, por un deber, ni por mantener una posible y egoísta relación con Dios, es ahí cuando no veo a los demás como un objeto, como un ser viviente más, al que debo respetar como respeto a cualquier otro ser vivo. 

Quisiera que nos preguntáramos, queridos hermanos: ¿Me mueve a amar, mi vida como cristiano católico? ¿Qué me dicen las celebraciones sagradas? ¿Qué me dicen los dogmas de fe de la iglesia? ¿A que me invita la moral de la iglesia? Lex Orandi, lex credendi, lex vivendi. La ley de la oración, se hace ley de la fe y la ley de la fe, se hace ley de la vida. No se trata de desechar lo que Cristo nos ofrece en su iglesia, solo porque creo que puedo amar por mi propia cuenta, pues el amor al prójimo no es solo asistirlo materialmente, pues, aunque vital, se ha de dar a la luz de la fe y como fruto de la experiencia de Cristo.

Como hijos de la iglesia, no debemos olvidar, también, que contamos con una dimensión mistagógica en nuestra espiritualidad cristiana, pero que esta exige a su vez una dimensión kerigmática, empezando con los que tengo al lado, claro está.

Puede suceder, que busquemos amar solo a los más cercanos o que amemos solo a los lejanos, dándoles menos importancia a los que tengo al lado, no puedo estar gozoso recitando el estribillo del salmo “Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza” si no amo al hermano, pues ya se ha mencionado anteriormente lo que exige un verdadero amor a Dios.

 Más que un juicio o acusación, la homilía “Dialogo de Dios con su pueblo” (EG 137); nos invita a revisarnos, nos recuerda la importancia del amar a Dios con todo el corazón, alma, mente: con todo el ser, y la consecuencia de esta auténtica experiencia de Dios. Se nos anima a amar a ejemplo de Cristo sumo y eterno sacerdote (sacerdocio referido en la segunda lectura); quien por amor se hizo victima y altar. Él nos propone un camino de salvación y una forma de vida expresada en los capítulos 5, 6 y 7 del evangelio según San Mateo, pero hoy concreta y resumida en estos dos principales mandamientos, dados por el mismo Señor en el evangelio de San Marcos.

Que nuestra decisión voluntaria unida a Cristo en su enseñanza ejemplar y su asistencia, nos enseñe a amar: sin reservas, ni masoquismos, sin sentimentalismos, pero tampoco con insensibilidad. Que, a pesar de estar cerca a lo Sacro, siendo tan fundamental, no estemos lejos de Dios. No lo olvidemos queridos hermanos: amando verdaderamente a Dios, amo al hermano y amando verdaderamente al hermano, amo a Dios; solo así, reconociéndolo y esforzándonos por vivirlo en nuestras vidas, El Señor nos podrá decir como al escriba «No estás lejos del reino de Dios.»


Fray Eduar Andrés Guzmán Correa, O.P.

  • Cursa primer semestre de la licenciatura en filosofía y letras de la Universidad Santo Tomás.

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