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Domingo 19 de septiembre de 2021

|  septiembre 19 de 2021  |

Apreciados hermanos, el vigésimo quinto domingo del tiempo ordinario nos trae a colación tres puntos importantes a resaltar en el evangelio, a saber, la formación del discípulo, el miedo que nos generan las preguntas y la idea de servicio que debe tener un cristiano. Al inicio del evangelio que escuchamos este domingo, Marcos relata cómo Jesús quiere pasar desapercibido de la multitud para poder enseñar a aquellos que se encargarán de divulgar su legado. Ante los ruidos de una sociedad consumista y utilitarista, Jesús busca un perfil bajo para enseñar a sus discípulos lo que es verdaderamente importante; lo que realmente debe preocuparnos como hijos de Dios. Jesús sabe que la sociedad y nuestra vida en general está impedida por todo aquello que nos agobia y aleja de Dios, por tanto, se hace necesario la distancia y el silencio para poder escuchar la voz de Aquel que nos convoca y nos salva.

En este proceso de silencio y distancia, nuestro intelecto, acostumbrado al movimiento y al ruido, genera preguntas que nos sacan una vez más de la comodidad y es ahí donde damos origen al miedo. En muchas ocasiones escuchar las repuestas de las preguntas que hacemos a Dios nos llevan a un temor profundo en la medida que estas no son quizá lo que esperábamos o, peor aún, fueron las que siempre creímos y que decidimos obviar. Los discípulos tenían miedo preguntarle, dice el evangelio, porque de aquello que discutían no estaba acorde con las enseñanzas dadas. En muchas ocasiones convertimos la conversación con Dios en un preguntar cosas sin valor o con un sentido de protagonismo, olvidando que hemos sido llamados hijos de Dios y que esa es la categoría más grande que hemos podido recibir.

Sin embargo, Jesús les pregunta ¿de qué discutíais? Dios no está desligado de aquello que nos agobia sin importar que tan relevante o importante sea para los demás. Él siempre está enteramente preocupado por cada uno de nosotros y está dispuesto a escucharnos, pero en ese proceso es necesario entender que debemos estar dispuestos a la exhortación que pueda generar. No siempre estamos dispuestos a escuchar aquello que nos duele, sin embargo, el amor con el que se nos enuncia marca toda diferencia. Dios como buen padre sabe orientar y guiar a aquellos que pierden el rumbo y el sentido, por eso, continua el evangelio diciendo: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” En esta sentencia comprendemos que ser hijos de Dios no es un juego de poderes en el cual uno es más importante que el otro. Todos, bajo la categoría de hijos de Dios, somos exactamente iguales: seres puestos en la tierra para servir a los demás y ayudar a construir el reino de los cielos.

Ante un mundo que se va fragmentando por el odio y el egoísmo, los cristianos estamos llamados reconstruir aquello que se nos ha dado con tanto amor. No podemos quedarnos en silencio frente a las realidades que acaecen a nuestro pueblo, no podemos seguir ignorando el dolor de aquellos pequeños e inocentes que sufren. El evangelio es claro y hoy nos invita a ser solidarios con los más pequeños y humildes. Hoy el evangelio nos lleva a considerar qué estamos haciendo por el otro, cómo nos estamos portando frente a los demás y qué es aquello que guarda nuestro corazón. No se trata de aparentar y mostrarnos como perfectos, se trata de sentir aquello que predicamos y aplicarlo a quienes verdaderamente lo necesitan. Finalmente es necesario recordar que hijos somos todos, por tanto, estamos llamados a ver el otro como un hermano y a tratarlo como tal.


Fray Luis Gilberto Jaramillo Carmona, O.P.

  • Cursa segundo semestre de Licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad Santo Tomás.

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