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Homilía Domingo XXIII del tiempo ordinario

|  septiembre 05 de 2021  |

Queridos hermanos

El evangelio de San Marcos tiene un rasgo característico, muestra a un Jesús en acción, un Jesús en constante movimiento, este particular énfasis en los hechos, casi que nos permite decir que todo el Evangelio es una respuesta a esta pregunta: ¿Qué puede hacer Cristo en mi vida? y es un cuestionamiento que debe interpelarnos todos los días, pues la acción misericordiosa y amorosa de Jesús es algo que requiere de nuestra voluntad, de nuestra disposición.

Quiero que nos detengamos en dos aspectos particulares de este pasaje, la categoría de milagro, y en segundo lugar la curación de un hombre sordo y tartamudo. El milagro evoca todo el amor y la bondad de Jesús que se desborda; sin embargo, para qué Jesús Sana, si no es para devolverle la dignidad, para regresarlo a la esfera de lo social, los milagros de Jesús tienen este sentido, restaurar la dignidad humana, Jesús hace principalmente tres acciones: Cura, da de comer y enseña, en estas tres acciones deja ver como el Reino de Dios también debe construirse desde el aquí y el ahora. El reino lo debemos construir con aquello que somos y tenemos, y esto debe también confrontarnos, pues muchos han dicho que la Iglesia no debe ser asistencialista, que la iglesia no debe meterse con lo que un estado debe responder, esto es el bienestar de todos, pero en este Evangelio vemos como Jesús sana, Jesús se preocupa por restaurar la dignidad, y de igual modo vemos en el Evangelio de Marcos como Jesús se preocupa por dar de comer, y enseñar, estas acciones son muy importantes para construir el Reino.

Sin embargo, también es necesario decir que el verdadero milagro consiste en abrir el corazón al Evangelio, el verdadero milagro consiste en una transformación de corazón que me conduce cada vez más a Dios, a veces nos dejamos deslumbrar por la emocionalidad del momento, o simplemente por una efusividad de masas, el encuentro con Cristo se da en lo cotidiano, y haciendo eco del tiempo litúrgico en que estamos, desde lo ordinario de la vida como el oír y el hablar, milagro es que como Iglesia comprendamos que nuestra tarea esta en luchar por la dignidad humana, milagro es que podamos abrir nuestro corazón al hermano para escucharlo y hablar con él,  milagro es que podamos caminar con Jesús y construir el Reino de Dios desde lo que tenemos.

En un segundo momento, quiero resaltar cómo los que traen al enfermo ya tienen una idea definida de milagro, le suplicaban que le impusiera las manos; pero Jesús toma una decisión y lo aparta de la gente, como si dijera que la sobrecarga de voces de la gente no lo dejara escuchar. Y eso es algo que vemos contantemente en nuestro tiempo, tantas voces que nos hablan, voces en redes sociales, voces en la esfera de nuestras relaciones humanas, voces en la academia, en fin, son muchas voces que no nos permiten escuchar lo fundamental, como la voz de Dios latente en nuestro corazón, o la voz de nuestras familias, o la voz de un verdadero amigo. Quizás es el ruido el que no nos permite escuchar; asimismo y con la misma guía encontramos que también estamos enfermos de la tartamudez, pues es mucho el tiempo que gastamos para decir banalidades, cuanto nos ufanamos por cómo tramamos, y como los sofistas de la antigua Grecia, ya la verdad no importa, lo que interesa es convencer, cuantas de nuestras aulas universitarias no están llenas de profesores que traman al estudiante y estudiantes que buscan descrestar al profesor, ¿cuántas de nuestras palabras expresan verdad, expresan amor, y expresan justicia?

 Nuestra sociedad como la sociedad que conoció Cristo está enferma de sordera y de tartamudez, pero la acción de Cristo es algo que se manifiesta en nuestra propia historia. Esta pedagogía divina me hace pensar en los buenos consejos, en las buenas palabras que en ese momento no escuchamos porque estábamos sordos, pero que después de un tiempo descubrimos toda su fuerza y su verdad, a veces nos pasa que al buscar la verdad deseamos recorrer el mundo, pero solo es de regreso que la encontramos sentada frente a nuestra casa, nos puede pasar que debemos viajar, que debemos mirar con otros ojos para valorar lo que tenemos, esa es la historia del Hijo prodigo, el papá no cambio, la casa no cambió, el convento no cambió, lo que ha de cambiar es nuestra forma de hablar, nuestra forma de escuchar, y nuestra forma de ver el mundo, esto es lo que implica un real camino de fe.

Hermanos, pidamos a Dios aquel que hace todo bien, como lo expresaba la multitud, que abra nuestros oídos a nuestros hermanos, que abramos nuestra capacidad de oír su palabra, su mensaje de amor, que podamos hablar con verdad y convicción de lo que pensamos y sentimos, que podamos predicar su amor. Señor te pedimos que nos sanes de nuestra sordera y tartamudez para encontrar en el hermano y en toda la creación el rostro de aquel que era, que es y que viene.


Fray Daniel Sisa Niño, O.P.

  • Licenciado en Filosofía.
  • En Pedagogía de los Derechos Humanos
  • Cursa tercer semestre de Teología en la Universidad Santo Tomás.

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