La competencia para la misión
| julio 11 de 2021 |
La competitividad vista como el fortalecimiento de nuestras competencias es algo que ha definido el desarrollo de la humanidad desde sus inicios, y que sigue siendo determinante en la actualidad en todas las áreas como la ciencia, las artes, los negocios o los deportes, dentro de lo cual la educación tiene un papel imprescindible, la cual busca el fortalecimiento de nuestras virtudes, y que vista de un modo más práctico, la educación se podría comprender como un entrenamiento orientado a la vida real, que tiene como objeto llevar a la práctica todo lo estudiado y aprender a solucionar posibles problemas.
Se podría considerar que este aprendizaje orientado a la práctica es el caso del Evangelio de este domingo, y de los anteriores. Luego de llamar a sus discípulos, Jesús los lleva a todas partes, y en presencia de ellos realiza el anuncio del Reino de Dios, predicando, enseñando, curando enfermos, liberando endemoniados, e incluso yendo a su pueblo, donde no pudo realizar muchos milagros. De este modo se podría observar una especie de entrenamiento en el cual sus discípulos observan todo lo que Jesús realiza y el modo como actúa, de tal manera que los discípulos podían conocer a Jesús, para luego representarlo a él con las mismas obras y señales. Esta cercanía con Jesús constituía un verdadero seguimiento y por tanto discipulado.
El discipulado se puede caracterizar por dos acciones: el llamado de Jesús para estar con ellos y el envío. Respecto el llamado de Jesús, se reconoce la gratuidad de este tal como lo señala el profeta Amós, en la primera lectura: No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: “Ve y profetiza a mi pueblo de Israel”. Esto mismo puede caracterizar nuestro seguimiento de Jesús, quien nos llama desde nuestra cotidianidad y desde nuestra posición o condición social, sea cual sea esta. Nos llama para que estemos con él por pura gratuidad y por puro amor, y este llamado también es voluntad del Padre, como lo escuchamos en la segunda lectura: Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor.
La segunda acción del discipulado es el envío. Tanto las instrucciones de llevar solamente un bastón, una túnica y sandalias, y por otra parte el don de su poder para poder expulsar demonios, resulta algo bastante significativo pues a diferencia de la competitividad caracterizada por el esfuerzo humano para aprender y para lograr un determinado éxito, en este caso los discípulos son enviados para realizar el anuncio del reino de Dios, no por las fuerzas o capacidades humanas sino con el poder de Jesús mismo. De esta manera se puede considerar que la sencillez y austeridad en la misión, tienen como objeto desarrollar una fidelidad y una mayor confianza en el poder de Dios para poder predicar la conversión. De acuerdo con lo anterior la competencia para la misión es el don del poder de Jesús, que nos otorga su fuerza y su gracia para predicar y para curar.
San Pablo en la segunda lectura recalca la grandeza de este llamado por el cual recibimos todo de Cristo: gracias a la inmensa benevolencia nos concede todo tipo de sabiduría y conocimiento. La palabra que hemos escuchado plantea una reflexión sobre el modo como comprendemos el seguimiento de Jesús y lo que él nos recuerda acerca de la gratuidad de su llamado, la fidelidad, la obediencia a él, la confianza en su poder. Todos estos aspectos se encuentran íntimamente unidos y son sumamente necesarios para poder responder a su llamado, a partir de lo cual podamos tener la honestidad y la humildad de reconocer nuestros sitios de origen, la razón de ser y finalidad de nuestro llamado, y el deseo de vivir y configurar nuestra vida con este, para permitir que el poder de Cristo verdaderamente obre en nosotros. Cristo nos sigue llamando a ser sus discípulos, a estar con él, a escucharlo, y a seguirlo, para también dar y entregar la vida.
Fray Darwin Castiblanco Macías, O.P.
- Cursa octavo semestre de Licenciatura en Filosofía en la DUAD y quinto semestre de Teología en la Universidad Santo Tomás.
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