Ser Profetas Hoy
| julio 04 de 2021 |
Hermanos, a lo largo de la historia del Israel antiguo podemos observar el profetismo como un movimiento, el cual se remonta, incluso, desde el s. IX a.C. con Elías, a quien se considera ‘padre de todo el profetismo’, hasta bien entrado el s. IV a.C., con el Segundo Zacarías. Aunque en Israel no se dio propiamente el nacimiento del profetismo, pues era una práctica que se llevó a cabo también en Medio Oriente y algunas zonas aledañas, lo cierto es que los profetas de esta parte del mundo se consideraron a sí mismos como portavoces de la Palabra de Dios a la vez que iniciaron, en repetidas ocasiones, tareas de reconstrucción de la Alianza divina para con el pueblo.
En medio de tradiciones sinaíticas o davídicas, los profetas anunciaron muchas veces el juicio de Dios para con el pueblo (como en el caso de Jeremías, quien advirtió a las gentes que serían arrancadas y destruidas por la mano de Dios). Los profetas también proclamaron la salvación como una nueva creación, una nueva alianza, una nueva forma de proceder del pueblo por designio divino; pero no dejaron por fuera su talante crítico, por lo que se puede tener a consideración los siguientes aspectos en medio de su actuar:
- Actuaron tajantemente en contra de la degeneración del culto a Dios, el cual se había pervertido a causa del sincretismo en el que había caído Israel, por lo que sus palabras se incluían en este aspecto religioso como una denuncia abierta.
- En cuanto a lo político, hicieron caer en cuenta al pueblo de su alejamiento de la protección divina para entregarse en manos de otras preocupaciones mundanas manifestadas en alianzas y seguimiento de reyes impíos.
- En cuanto a lo económico-social y geopolítico, los profetas siempre tuvieron claridad en cuanto a la acumulación de riquezas por parte de los dos reinos, del surgimiento de las potencias vecinas y de todo el entramado de conquistas y saqueos de que fueron víctimas los israelitas, situaciones en las que varias veces parecía que Dios no estaba presente (como en el caso de la conquista de Samaría en el 721 a.C., por los asirios; o la destrucción de Jerusalén en el 585 a.C., en manos de los babilonios).
Los profetas, pues, tuvieron una fructífera actividad anunciadora en variados contextos de esta historia de Israel, por lo que podemos entender, trayendo a colación sólo unos pocos ejemplos, que:
- Amós y Oseas (predicadores del norte) anunciaron el juicio divino sobre el pueblo a causa de las injusticias, la idolatría y el sincretismo.
- Isaías y Miqueas (predicadores del sur) se caracterizaron por sus oráculos de salvación.
- Sofonías, Nahúm y Habacuc ejercieron su actividad en Jerusalén, el primero anunció la cercanía del ‘Día de Yahvé’ como un día de castigo para su pueblo a mano de potencias extranjeras, a causa los pecados nacionales. Del “Resto” dejado por Dios, formado por quienes han esperado y confiando en el nombre de Yahvé, germen de la restauración total y definitiva del pueblo de Dios. Nahúm hizo lo propio al anunciar y cantar la caída de Nínive; mientras que Habacuc habló sobre la irrupción de los caldeos, quienes conquistarán y destruirán Jerusalén.
- Jeremías, el elegido por Dios desde el seno materno y consagrado como profeta para destruir y arrancar y para plantar y edificar (Jer. 1,4ss), anunció al pueblo que la destrucción y el destierro no serán la última palabra de Dios, puesto que Yahvé quiere reconstruir de nuevo y pactar una Nueva Alianza (Jer. 31, 31)
- Por último, Ezequiel, el profeta del Destierro, quien en la primera parte de su actividad, hasta la caída de Jerusalén, se dedicó combatir toda falsa esperanza, para anunciar posteriormente que el Israel nuevo y restaurado resucitará del destierro con ‘un corazón nuevo’ y ‘un espíritu nuevo’(Ez. 36-37) Lo cierto es que Ezequiel, como lo vemos en la primera lectura (tomada de 2, 2-5) es enviado en medio de un pueblo rebelde que se ha rebelado contra Dios, que lo han ofendido desde los padres hasta los hijos, que son de cabeza dura y con un corazón obstinado. Él sabe, en última instancia, que escuchen o no sus palabras, que le hagan caso o lo ignoren, tarde o temprano reconocerán que en medio de ellos hubo un profeta que les advirtió sobre sus faltas.
Así, pues, la función de los profetas, en términos generales, se caracteriza por los siguientes aspectos:
- Son un medio por el cual Dios se da a conocer en medio del pueblo, a quienes manifiesta su amor y misericordia sin dejar de lado las realidades del pecado, aunque siempre primando la fidelidad de la Alianza para consigo mismo y con el pueblo.
- Los profetas educan al pueblo en la esperanza de la salvación.
- Por su labor, Dios se encuentra con los hombres, por lo que la palabra de los profetas es un signo elocuente de esta presencia divina.
- Su vocación es la de ser un puente entre Dios y la humanidad, no obstante, son varias las veces en la que dicha labor cae en tragedia, pues no es bien recibida por muchos.
- También les tocó anunciar llantos, destrucciones y desolaciones a causa de los pecados del pueblo.
- Piden constancia en la fe en Dios (conversión, mejor relación con Dios).
- Invitaron a no perder la esperanza, aun en medio de tiempos en los que Dios parecía haber abandonado al pueblo.
- Consolaron y se comprometieron a reconstruir las relaciones rotas de Israel para con Dios.
Ahora bien, haciendo un salto histórico, después del destierro el movimiento profético dejó de abordar los temas de la lucha por la justicia social y la pureza en la fe para dedicarse más a la santidad de Dios y la observancia de la ley, misma que cuando se absolutizó, dio paso al surgimiento de los grupos fariseos, saduceos y esenios, dedicados a la guarda de la ley, siendo el ocaso de la profecía. Es por esto que, en el tiempo de Jesús, el pueblo ya no estaba acostumbrado a tener entre su gente a ningún profeta, por lo que era una figura inexistente en la realidad de dicho momento.
Y al mejor ejemplo del profeta Ezequiel, propuesto en la primera lectura, a Jesús también le tocó un pueblo de corazón obstinado e incrédulo que, entre otras cosas, eran sus paisanos, la gente de su tierra natal. El evangelista Juan (1:10-11) dice: “Aquel que es la Palabra estaba en el mundo y, aunque Dios hizo el mundo por medio de él los que son del mundo no lo reconocieron. Vino a su propio mundo, pero los suyos no lo recibieron”, se adecúa perfectamente a este pasaje de Marcos que nos muestra la estadía de nuestro Señor en su tierra natal.
Estas personas que lo vieron desde niño, de seguro habían escuchado todas las maravillas que uno de los suyos había venido obrando desde hace tiempos en territorios vecinos y ahora lo tienen cerca, en su propia zona. Aun reconociendo sus enseñanzas, su sabiduría, su estilo de vida y conductas ejemplares lo rechazan, ¿por qué? Quizá sea por el hecho de estar asombrados que este hombre ordinario, al que llamaban como el carpintero, del que conocían su parentela, pudiera alcanzar tal sabiduría; por ello decían: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?”
Jesús, admirado y quizá adolorido en su corazón por la falta de fe de sus paisanos, sigue adelante y no ahonda en convencerlos, pues sus mentes están cerradas y sus corazones endurecidos; sólo les dice: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa». Por esto en Nazaret sólo curará algunos enfermos, pero ningún milagro pudo realizar. En medio de tan tremenda actitud negativa de estas personas, Jesús hoy nos enseña que: no nos debemos desanimar en nuestra misión de predicadores del Evangelio aun en medio de rechazos, injurias y hasta persecuciones.
Ahora bien, nuestra vida, como predicación integral para el mundo, no puede reducirse en el asistencialismo social ni en romper la relación entre nuestra creencia religiosa y la ayuda a los más indefensos; sino que debe estar abierta a la actuación en diversos ámbitos: nuestro grupo familiar y de amigos más cercanos hasta pueblos y periferias alejadas en medio de los cuales ejerzamos nuestra vida cristiana como ejemplo de acción profética actual.
Es por esto que debemos pedirle a Dios, con humildad y confianza, nos ayude a:
– No temer en los momentos duros de la vida.
– A ser fuertes, coherentes, sencillos y transparentes cuando estemos en nuestros lugares de origen, en medio de quienes nos vieron crecer, de todos aquellos que conocen a nuestra familia.
– Que podamos construir un pensamiento crítico, cristiano, certero y claro sobre las realidades problemáticas de nuestra vida personal, conventual y social.
– Quitar el velo que cubre nuestros ojos y no nos permite ver que el pobre, el hambriento, el desnudo, el enfermo, el marginado son el rostro de Jesús (Mt 25, 35).
– Que podamos ser instrumentos de denuncia contra las injusticias surgidas entre clases sociales, que generan divisiones y abusos entre las personas.
– Que podamos ser cooperadores en la construcción de un mundo más equitativo.
– Que seamos apoyo de los más necesitados para, junto a ellos, hacer frente al miedo, a la exclusión y a los abusos.
– Que nunca dejemos de anunciar que sí es posible un mejor horizonte humano, dando esperanza a los corazones sin aliento, destrozados, sin fuerza para caminar por el desierto y el destino adverso.
Fray Jaider Jiménez Yacelly, O.P.
- Licenciado en Filosofía, Pensamiento Político y Económico.
- Cursa séptimo semestre de Teología en la Universidad Santo Tomás.
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