Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo
| junio 06 de 2021 |
Queridos hermanos, celebramos como Iglesia la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor. Para hablar de esta gran celebración, he querido tomar algunos aspectos con referencia a las lecturas y otros con referencia a tradición que ha hecho posible que se celebre esta fecha dándole realce al Misterio de nuestra fe. Lo anterior debido a que, en las Escrituras, por supuesto, no se encuentran registros de las custodias, ni del incienso, ni del palio, ni de las estaciones, ni de las capas pluviales, velos humerales, sagrarios, relicarios, repiques de campanas, cirios y demás utensilios que embellecen esta gran fiesta y nuestras celebraciones.
Las Sagradas Escrituras nos presentan este domingo la purificación ritual por el sacrificio de corderos en el altar, a través de la sangre rociada sobre el pueblo. Se nos presenta la sangre de la alianza, que en Cristo será nueva y eterna, suficiente y única para la purificación de los pecados. Esto lo recuerda la Carta a los Hebreos, al mencionarnos la mediación de Cristo, su sacerdocio y su único sacrificio por amor.
Ahora bien, en el Evangelio de San Marcos se nos narra la simultaneidad de sacrificios en un mismo día: el cruento del cordero de pascua en el Templo y el sacrificio incruento de Cristo en la última cena al prefigurar y perpetuar su sacrificio cruento solo un día después, instituyendo así el sacramento culmen y fuente de la Iglesia: la Sagrada Eucaristía.
El Señor da unas direcciones, pide unas disposiciones para aquel momento solemne. Cristo realiza el supremo gesto de amor aun sabiéndose traicionado y negado por sus más cercanos, en un ambiente algo triste pero solemne. Van cobrando sentido las figuras veterotestamentarias: aquel José vendido por sus hermanos, aquel Sansón que da la vida por su pueblo, aquel Josué que erigió doce piedras, aquel sacerdocio eterno Melquisedec, aquel profeta y sacerdote al tiempo, Samuel, estos como algunas prefiguraciones de nuestro Señor.
Cristo se entrega voluntariamente, se parte y se da a sí mismo, por decisión propia; pues “Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad” (Jn 10, 18) Nosotros como cristianos debemos recordar, vivir y trasmitir lo que hemos recibido, será la forma de preparar una morada más digna de recibir el Cuerpo y la Sangre de nuestro Salvador; podremos dar así respuesta a la pregunta que nos hace también Jesús en el evangelio “¿Dónde está la habitación, en la cual pueda comer la Pascua…?” Es así como el mandato de amor que se dio en esa misma noche, es requisito y a la vez fruto de la comunión con Cristo. La Eucaristía es sacramento de amor por excelencia, nuestro Señor está también presente en el hermano, vivo y realmente, especialmente en aquellos que sufren…esto por supuesto no lo podemos dejar pasar por alto: quien se acerque al altar viva en hermandad.
El Señor se comunica y mueve a comunicar, al ser la Eucaristía la "fuente y culmen de toda la vida cristiana" (LG 11) es una cadena discipular y misionera. Como Orden de Predicadores son muchos los frailes que a través de estos ocho siglos han tenido alta conciencia y reflexión sobre el Cuerpo de Cristo, desde nuestro Padre Santo Domingo, al gran Tomás de Aquino de quien se conocen hermosos himnos, como el Adorote devote, el Lauda Sion y el Pange lingua, surgidos simultáneamente en la fecha de institución de esta solemnidad, en el siglo XIII.
Ahora bien, en tanto a la tradición, la Iglesia a través de los siglos nos ha enseñado e invitado a reconocer la importancia y presencia real de Cristo en el Pan y Vino consagrados. Al ser instituido este sacramento por el mismo Cristo, la iglesia ha velado por que se le brinde el debido respeto. En ese sentido, sin desconocer diversas situaciones históricas y culturales, la expresión externa como fruto de la intención interna ha traído hasta nuestros días todos los elementos mencionados al principio de esta reflexión. Para nosotros los cristianos católicos no es solo boato, no es solo una escena actuada o un espectáculo. Todo lo que se hace en torno al Cuerpo y la Sangre de Cristo, constituye una adoración cultual y comunitaria, a Aquel que es por excelencia el Misterio de nuestra fe. Es a tal punto la “fuente y culmen de toda la vida cristiana” (en donde celebramos a la vez: Pasión, muerte y resurrección) que nos diferencia de muchas denominaciones cristianas a quienes respetamos. De ahí que la solemnidad que celebramos no solo sea boato, pompa o parafernalia, es ahí donde todos los elementos mencionados al principio, cobran sentido como expresión de fe, signo evangelizador, en reverencia, culto y realce al que es el Pan de vida, vida de nuestras vidas.
Cabe decir que la liturgia de nuestra Iglesia, en sus dimensiones histórica y disciplinar, es como el tronco de un frondoso árbol, que, desde su núcleo y savia, se fue forjando en cortezas, en anillos en torno al centro; dándole belleza, consistencia, firmeza y forma. Aquellas capas en torno al núcleo en forma de anillos, constituyen ya veinte siglos, girando en torno a las palabras que hoy escuchamos en la versión de San Marcos y que constituyen el centro y núcleo de nuestra liturgia.
Las procesiones, no hacen más que recordarnos nuestro peregrinar por esta tierra, en donde no vamos solos a pesar de profesar nuestra fe y nuestra renuncia de manera personal e individual para la salvación. En esta peregrinación, Cristo va con nosotros como Cabeza del Cuerpo del que somos miembros, cumpliendo su promesa.
Esta conciencia y profundo respeto no nos hace alejarnos de Cristo, pues es Él mismo quien se da a nosotros. Más que discutir sobre nuestra dignidad para recibir el sacramento o si lo recibimos de pie, o de rodillas, en la mano o en la boca, esta debería ser una oportunidad para agradecer por tan alto don, para pedir por nuestra amada Colombia, poniéndola ante Jesús Sacramentado, para que su paso bendiga nuestra sociedad, bendiga nuestras comunidades, nuestras vidas, para que podamos darnos a ejemplo suyo. Que la comunión del Padre, por Cristo y en el Espíritu Santo, sea en esta ocasión un momento para sentirnos orgullosos de nuestra fe y que la podamos renovar en esta celebración, pues es de insistir en que en ella tenemos la fuente y la meta de nuestra misión. Que María la mejor custodia que haya podido portar a Cristo, nos enseñe a ser más dignos de Él y que el mejor altar o estación de este Corpus Christi sea el de nuestro corazón.
foto: Juanes, Juan de (1555 – 1562) La Última Cena. Oleo Sobe Lienzo. Museo del Prado. Recuperado de: https://www.museodelprado.es/
Fray Eduar Andrés Guzmán Correa , O.P.
- Cursa primer semestre de la licenciatura en filosofía y letras de la Universidad Santo Tomás.
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