“El mandamiento del amor”
| octubre 25 de 2020 |
La réplica de Jesús ante la pregunta sobre el mandamiento principal inquieta y pone el acento en la riqueza y la novedad que trae el Evangelio; y es que, en efecto, como buen judío apela a la Escritura y toma las palabras de la ley mosaica (Dt, 6,5 y Lev 19,18) para responder ante esta confrontación. Ahora en adelante vemos que al amor de Dios le suma otro amor que resulta siendo una consecuencia del primero: el amor al prójimo. Y es que amar a Dios con -todo el corazón y con todas las fuerzas- resulta ser la causa de todo bien; de esta manera, el segundo mandamiento añade las buenas acciones que hacemos a favor de nuestros hermanos. El primero prepara el camino al segundo, y a su vez se apoya en él. Ciertamente, la persona que ama a Dios ama a su prójimo y Dios revelado nos enseña que es posible encarnar este sentimiento en el hermano, ya que toda su obra y acción en la historia ha sido un acto de misericordia y afecto por su creación.
Nos revela el libro del Levítico que “No te vengarás ni guardarás rencor con tus paisanos. Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, palabras que toma Jesús del AT para aplicarlas al mandamiento. Nos sorprende, responde a los eruditos en la ley mosaica con sus mismas palabras y términos; sin embargo, estas palabras cobran un sentido importantísimo para nosotros como cristianos. En palabras de Moisés significaban que se amaba solamente a sus compatriotas, esto quiere decir que el mandato era como obligación para los de la misma nación geográfica, por tanto, era una amor selectivo, limitado y no universal. Pero en boca de Jesús se amplía esta afirmación y se extiende a toda frontera a todo hombre de cualquier raza, lengua, pueblo o cultura, incluso aún, a los mismos enemigos; significando de esta manera un amor ilimitado y universal que no conoce barreras para dejar de expresar el afecto.
Para amar como Jesús quiere que amemos se necesita que permitamos que Dios habite en nuestra vida y en nuestra comunidad; amar requiere de entrega, donación y actitud de servicio, actitudes esenciales que abren nuestro corazón hacia los demás. No podemos decir que amamos a Dios si hablamos mal del hermano, no es posible vivir en el amor del evangelio si consentimos rencor y enemistades con nuestros semejantes. Ser cristiano necesita una radicalidad tan extrema que incluso dar la vida por amor se concibe como un acto puro de entrega y total donación como nos lo enseñó Jesús. No es sencillo cumplir estas palabras si alimentamos sentimientos de odio, envidia y nos centramos en nuestra propia comodidad, debemos esforzarnos por fecundar sentimientos de fraternidad, servicio, caridad y lealtad; para ello debemos iniciar por nuestra misma comunidad, asidero de nuestra vocación y germen de nuestra acción como Iglesia.
En este acto entendido como una experiencia viva a la que Espíritu Santo prolonga y actualiza siendo fuente que dinamiza y actualiza el proyecto del amor de Dios, es quien nos permite conocer el amor, no como un amor efímero, volátil y romántico; porque el amor que predica Jesús no es eso, sino que es un amor de trabajo, un amor que requiere de esfuerzo por parte de nosotros, amar no es solo decir palabras agraciadas y poéticas, amar significa hacerse cargo del otro, entregarse de lleno a un fin que beneficie a mi hermano. El amor que nos pide el Evangelio se percibe en acciones concretas que posibiliten una sociedad justa, implica insertarse en las nuevas realidades sociales que aquejan la sociedad como la violencia, la pobreza y tantas otras que aquejan a nuestros hermanos oprimidos. No seamos ciegos ante estas dificultades de nuestra nación, de nuestra Iglesia y nuestro propio hogar, seamos dóciles al amor que nos pide Jesús, y permanezcamos en el amor que es posible entenderlo desde la perspectiva del servicio a los demás.
Fray Álvaro Alonso Vergel Montaguth, O.P.
- Licenciado en Filosofía, Pensamiento Político y Económico.
- Cuarto año de Teología.
- Cursa último semestre de Teología en la Universidad Santo Tomás.
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