La justicia de un padre amoroso y misericordioso
| octubre 04 de 2020 |
En el evangelio de este domingo se presenta ante nuestros ojos la idea de un constructor y sembrador, una persona que donde, aparentemente, no hay nada, cultiva una viña, fabrica un lagar y lo protege como lo más valioso que tiene. Una actitud verdaderamente valiosa para los hombres, pues solo se construye algo por deseo de satisfacer las necesidades personales, y en este caso, este hombre solo intenta dar trabajo a quienes lo necesitan. Podemos tomar de aquí la primera idea haciendo analogía con nuestra existencia, Dios construye esta casa común para cada uno de nosotros, la protege como lo más valioso que tiene y nos brinda las herramientas necesarias para cultivar y dar los frutos que se esperan de esta construcción: de esta casa común de la cual participamos todos.
Ahora bien, este hombre, no solo planta y construye en el lugar, sino que busca quien labore ahí. Es el dueño quien va al encuentro de los hombres que estarán encargados del cuidado y la manutención de su construcción, esperando como único pago, los frutos que pueda generar, esa, su viña preciada. Y así como el dueño va al encuentro de los trabajadores que son contratados, va también Dios a nuestro encuentro, mostrándonos el camino y brindándonos las herramientas necesarias para tener una cosecha fructífera. Como segunda ideal podríamos decir que, Dios no escatima con nosotros en lo que necesitamos para vivir. Cuando vemos la gran viña que se nos ha dado y todo lo prospero que hemos conseguido de ella, no podemos más que admirarnos de la gran bondad que tiene nuestro Dios.
Fácilmente y con el pasar del tiempo, las comodidades y el confort en el que nos encontramos pueden hacer olvidarnos de quién es el verdadero dueño de la viña y terminar haciendo con ella lo que deseamos. Cuando nuestro corazón se aparta del amor de Aquel que nos ha dado todo, cómodamente podemos tomar las ganancias de la viña como propias, gastarlas, derrocharlas y eliminar de nuestras vidas aquellos que intentan persuadirnos de nuestro error. Es lo que sucede con los labradores de la viña, se rehúsan a dar al dueño lo que merece y prefieren acabar con la vida de los inocentes; de quienes solo buscan el bien. Pero el dueño, un hombre justo y bueno, no reprende; sino que da otra oportunidad para que sus labradores se retracten de lo sucedido. Como tercera idea podríamos afirmar que; Dios en su infinito amor, perdona las actitudes equivocas de nosotros y nos enseña su justicia y su misericordia, no mira nuestras culpas y nuestras fallas, sino que nos corrige como un padre corrige a su hijo.
Muchas veces, nosotros hacemos de labradores injustos, tomamos atributos que no nos corresponden en la viña del Señor y damos muerte a quienes están a nuestro alrededor. Destruimos su vida sin remediar el daño, y pensamos que al final del día tendremos una recompensa justa y buena. Cuando el hombre no comprende el amor que proviene de Dios, difícilmente puede comprender el amor que se debe tener hacia el hermano, hacia el otro. Y así como los labradores, terminamos destruyéndolos y creyendo que nuestra recompensa será más alta o mejor de la que ya tenemos. Olvidamos la misericordia que recibimos de Dios y nos sentimos más dignos que los demás, dejando de lado y olvidando, que el Único que tiene poder sobre tales decisiones es el creador mismo de la vida.
Finalmente, y como cuarta idea, vemos la justicia de un dueño que, después de tantos perdones otorgados y tantas oportunidades de cambio, no ve un corazón arrepentido en sus labradores y prefiere buscar hombres que decidan laborar como se debe, hombres que merezcan ese regalo maravilloso; su viña. Dios no castiga, ni mucho menos condena a los hombres que deciden apartar su corazón de Él. Dios simplemente da la libertad al hombre que elija su camino. El reino de los cielos no es una predestinación para unos cuantos, sino un lugar destinado para cuantos desean trabajar en él. Después de todas las herramientas que Dios nos brinda para ganarnos el lugar que queremos, solo queda luchar, de manera personal, por él. No es decisión de Dios el hecho que el hombre busque alejarse, por el contrario, Dios quiere que cada uno de sus hijos, hasta el más pequeño, se salve, pero no por imposición sino por amor. Debe ser el hombre, que en plena libertad trabaje y busque de su salvación.
Fray Luis Gilberto Jaramillo Carmona, O.P.
- Primer año de Filosofía.
- Cursa segundo semestre de Licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad Santo Tomás.
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