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El siervo sin entrañas

|  septiembre 13 de 2020  |  POR: Fray Andrés Eduardo Coronado Villalba, O.P.   | 

Seguramente nosotros nos hemos reunido en diferentes oportunidades para organizar un paseo, una fiesta de hermanos, un partido de futbol o incluso hemos asistido a reuniones políticas; todas estas tienen un fin determinado (por ejemplo, la de la fiesta de hermanos es para pasar un momento agradable y diferente dentro de la rutina) En el contexto del evangelio, Jesús está reunido para construir su comunidad y es allí, en ese entorno, donde Pedro, pensando que era generoso, pregunta si hay que perdonar hasta 7 veces, sabiendo que la medida de los fariseos era solo hasta 3 (es decir, que si una persona te ofendía una vez era obligación perdonarlo, si lo hacia una segunda y tercera vez también tenías que perdonarlo, ya una cuarta podías no hacerlo). Vemos como el perdón era más bien una disposición legal que una respuesta sincera y de reconciliación con el agresor. A esto, Jesús dirá que no hay que perdonar 7 veces, sino 70 veces 7.

En este sentido ¡Jesús NO quiere que perdonemos al que nos ofende! Es lo que se muestra en lo que acabamos de escuchar…. Veamos por qué. Pedro plantea una situación en la que seguramente lo han ofendido y ha tenido que perdonar, pero ¿Quién no ha padecido una desilusión o un desengaño por parte de un amigo o un ser querido? Los seres humanos estamos en una lógica de acción y pasión, entendida por hacer y padecer, pero en esta dinámica es más lo que padecemos que las acciones realizadas en el sentido, que cuando hacemos algo, por lo general, es por respuesta a una necesidad, por ejemplo: comemos (acción) porque sentimos hambre (pasión), usamos el trasporte público porque necesitamos movilizarnos. Así, Pedro, que plantea una acción limitada según las costumbres de la época como ya vimos, respecto a la ofensa que padece, es sorprendido por la nueva actitud cristiana, que en el fondo lo que vislumbra es el amor, el cual va en consonancia con el nuevo mandamiento, “amarse unos a otros”, También con, el amor no lleva cuentas, no conoce límites, amar al enemigo. Pero amar no siempre es fácil, nos pone pruebas y la mayor faceta del amor es el perdón y como no vivimos en medio de ángeles este perdón debe ser de tracto sucesivo.

Ahora, para que esto quede claro, Jesús usa la parábola de los dos deudores o del siervo sin entrañas, veamos esto:

Muchas personas, sea por su profesión o por la condición de partes en un proceso, saben lo intimidante que puede llegar a ser un juez, quien decide, con base en las pruebas, si concede el derecho o lo niega.  Imaginemos ahora estar delante de un Rey, sin nadie que nos defienda y con una deuda exorbitante que no tenemos con que pagarla; es decir, tener todas las condiciones en nuestra contra (En la actualidad podríamos acogernos a la ley de insolvencia, con la cual tendríamos la oportunidad de negociar las deudas) pero en la época de Jesús no había tal garantía, de hecho, según vemos en este pasaje, el rey no solo mandó vender las posesiones del deudor para pagar la deuda, sino que también lo mandó vender a él, a su esposa e hijos. La esclavitud era un mercado y perder la libertad era una de las cosas más trágicas que le podía pasar a una persona.  

El rey sin dudarlo ejecuta la acción para recuperar su dinero, se muestra severo e inmisericorde, pero a las suplicas de su siervo accede a dejarlo no solo en libertad, sino que le condona la deuda. Mostrando las verdaderas cualidades del rey compasivo y misericordioso. Cuanta sería la alegría de este siervo. Pero aquí no acaba todo, este hombre al que le han perdonado una deuda impagable, se encuentra con alguien que le debe una minucia y con tono de Rey exige que le pague sus tres pesos, con la mala suerte que este deudor tampoco tiene dinero y le ruega que lo perdone. Sin acceder a los ruegos y enfurecido lo envía a la cárcel.   Sus compañeros que están al tanto de lo que hizo el rey por él, se indignan y van a contarle lo que acaba de suceder.  Esta actitud por parte de sus compañeros no la podemos dejar pasar por alto, y es que frente a las injusticias no podemos ser indiferentes y debemos actuar en consecuencia. El Rey que había perdonado, ahora asume una postura de justicia y manda a la cárcel a quien olvidó el perdón que había recibido. Jesús, nos dice que así hará con nosotros el Padre celestial si no perdonamos de corazón.

Podríamos decir que hay ocasiones en las que es difícil perdonar por el daño que se ha recibido o por la falta de confianza debido a las constantes fallas, y bien es cierto que el perdón no es para que el perdonado siga cometiendo los mismos errores. El perdón debe generar en la otra persona, primero, reciprocidad con otros y, segundo, un ánimo para ser mejor persona. Es decir que, si el esposo golpea a la esposa y ella lo perdona, ese perdón debería generar un cambio de no repetición en el otro. Bien lo dice Jesús cuando le dijo a la mujer adúltera: “vete y no peques más”.

Quizás tengamos que esperar unos días o unos meses para poder conseguir la paz que trae el perdón, pero lo importante es no guardar resentimientos, porque estos nos hacen más daño que la misma ofensa, el resentimiento nos arruina y nos ata al pasado. Jesús nos dio el más grande ejemplo de perdón cuando estaba en la cruz Perdonando a sus verdugos.  Así mismo, nosotros como cristianos debemos seguir este ejemplo.


foto: https://profereligion.wordpress.com/2014/02/20/parabola-el-siervo-sin-entranas-cancion/  


Reflexiones del Tiempo Ordinario 2020