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TRINIDAD. Amor, entrega, vida…

|  junio 07 de 2020  | POR: FRAY CRISTIAN MAURICIO LÓPEZ, O.P. | 

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será juzgado; el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.” (Jn 3, 16-18)


En nuestra tradición cristiana hablamos de Dios como misterio, es decir, no como algo incomprensible, sino más bien como una realidad que debe iluminar lo que podemos conocer y lo que podemos experimentar de Dios en nuestra vida. No se trata tanto de un hecho especulativo, más bien de un simbolismo propuesto por el Nuevo Testamento y por la tradición de la Iglesia que debe transformar continuamente nuestra manera de creer y de vivir. El Dios de Jesús es un Dios que no puede ser encerrado por nuestras lógicas, por nuestras leyes, por nuestras estructuras.

En este breve texto que leemos en la solemnidad de la Santísima Trinidad, sobresalen tres palabras que nos pueden ayudar en nuestro acercamiento a Dios: amar, entregar, vida. Seguramente hemos escuchado hablar de Dios como vida y como amor. Y si Dios es vida y es amor es necesario que en Él estén las posibilidades de la vida y del amor, que se hacen manifiestas en la relación. Creo que es difícil para nosotros concebir la vida en soledad, justamente sus manifestaciones nos hacen pensar en otros y también en la vida que se revela en la creación, alrededor nuestro. Igualmente, no podemos comprender el amor si no es en relación, desde esta lógica es imposible pensar un Dios solitario. Para que Dios sea vida y sea amor, es necesario que Dios sea comunidad. Una comunidad diversa, donde hay diferencia, pero donde hay también unidad. Esta unidad exige integrar en ella misma la diferencia, una alteridad verdadera; es decir, una forma de pluralidad que permita al amor no ser simplemente el amor por sí mismo, sino el amor de otro, verdaderamente otro. Este amor, Dios lo vive como entrega, dándose en el Hijo al mundo, y dándonos al Espíritu.

Algunos teólogos nos recuerdan que este gran misterio es de suma importancia en la vida de la humanidad. Nuestra manera de vivir debe ser, en cierta medida, reflejo de aquello que es verdadero en Dios. Así, como en la vida de la Trinidad en la vida de los hombres y mujeres la existencia se encuentra también atravesada por el amor y por la entrega; cada uno se vuelve él mismo solo en la relación libre de amor con otras personas. “Nadie es, si prohíbe que los demás sean”, dice un gran pedagogo brasileño (P. Freire). Ahora bien, vivir esta realidad seguirá siendo un reto para las iglesias y para la humanidad. Esta semana ha estado transida por la indignación y por las reflexiones que han suscitado la muerte de George Floyd, asesinado por un policía en Minneapolis. Casos como este todavía están presentes en muchas partes del mundo; el racismo, el clasismo, la aporofobia, son males de nuestro tiempo. ¿Cómo ser capaces de reconocer la pluralidad y de aprender a vivir la armonía? El amor de Dios uno y trino, sigue siendo un llamado para todos. Vida… amor… entrega…

SEÑOR:

CUANDO NOS ACERCAMOS A TI,
Y RESUENAN EN NUESTRA MEMORIA
LOS NOMBRES DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU
QUE PODAMOS,
POR LA FUERZA DE TU GRACIA EN NUESTROS CORAZONES,
APEGARNOS A LA CERTEZA
DE UN MISTERIO QUE ESTÁ MÁS ALLÁ,
DE TODO LO QUE PODEMOS DECIR,
PERO QUE, A LA VEZ, PUEDE ILUMINAR
TODO LO QUE ESTAMOS LLAMADOS A VIVIR.

AMÉN


Reflexiones del Tiempo Ordinario 2020