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Homilía del Evangelio

En aquel tiempo, Jesús, instruyendo al gentío, les decía:

«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa».

Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante.

Llamando a sus discípulos, les dijo:

«En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».

Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.

¿Quieres dar tú vida?

|  noviembre 10 de 2024  | Por: Fr. Jailer Andrés MANZANO CAMACHO, O.P. | 

Hoy escuchamos en el evangelio que Jesús les dice a sus discípulos que aquella mujer, pobre y viuda, ha dado más que cualquier otro; y aunque no sean comprensibles estas palabras de Jesús en un primer momento, puesto que, como va a ser posible que esta mujer que solo dio dos monedas haya dado más que todos, en verdad son ciertas, estas palabras son verdad.

Esta mujer, viuda y pobre, ha dado todo, ha dado su vida. Y a esto precisamente nos invita hoy el evangelio, a que seamos como esta mujer, que lo demos todo, nos entreguemos por completo a Dios. Esta invitación nos lleva a que debemos de querer darnos y comprometernos cada día. Darnos totalmente a ejemplo del mismo Jesús que lo dio todo hasta la cruz; ser en verdad cristianos que siguen el ejemplo de su maestro, “que se hace el último de todos y puso su vida al servicio de todos” (Fausti, 2018).

En esta tarea que puede resultar difícil, y en verdad lo es, nos encontraremos en primera oportunidad con la tentación del protagonismo y del orgullo, así como les pasa a los escribas de los cuales nos dice Jesús: “Cuidado… les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones”. En ellos solo hay apariencia y deseos de ser los primeros en todo producto de su protagonismo y su orgullo. Quieren “ser primeros ante Dios” (Fausti, 2018) porque buscan los primeros puestos en las sinagogas. Esto nos solo nos recuerda la tendencia natural del ser humano a querer sobresalir siempre sino también el pecado original, pues, este se debió a la soberbia y el deseo de querer ser iguales a Dios.

Por ello, lo primero que se puede hacer al embarcarnos en esta tarea compleja, pero con un premio insuperable es reconocernos, reconocer nuestra humanidad, reconocer a Dios, reconocer a Jesús para que pidiendo su gracia y recibiéndola de nuestro Padre podamos junto con nuestra voluntad por la cooperación ir avanzando cada día y creciendo en humildad, de modo que cada vez se apague en nosotros, un poco más, el deseo del protagonismo y el orgullo que siempre nos acompañarán en cualquier momento de la vida, incluso cuando pretendamos realizar acciones buenas y en verdad, lo que hagamos, sea provechoso. Que seamos capaces de pedir su gracia porque confiamos en Jesús, reconocemos que nos puede ayudarnos y, por ende, no nos cerramos a su ayuda divina. “Como esta viuda que echa en el tesoro del templo todo lo que tiene, así nosotros echamos en Él nuestra vida y se la confiamos” (Fausti, 2018)

De esta forma, podremos entregarnos y ser perseverantes en la entrega diaria por medio de todas las actividades que realicemos por pequeñas y sencillas que sean; más aún, que en las actividades más sofisticadas tampoco nos olvidemos de lo esencial, el ofrecerlas a Dios al realizarlas con amor, siendo esto un modo de entrega de nosotros, de nuestra vida semejante a la entrega de las dos monedas de la mujer, pobre y viuda.

Hermanos, entreguémonos, pues, en cada momento a Dios ofreciendo lo que hacemos, siendo perseverantes en la oración y la contemplación, pero también en la ayuda de todas las personas a nuestro alrededor que nos necesitan y a quienes podemos orientar. Que nuestra vida sea expresión real de nuestro amor cada vez mayor a Jesús, nuestro Dios y Señor para que al final podamos decir como San Pablo: “He participado en una noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe” (Biblia de Jerusalén, 2019).


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