Homilía del Evangelio
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».
Jesús le contestó:
«¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».
Él replicó:
«Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo:
«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme».
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
«¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!».
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió:
«Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».
Ellos se espantaron y comentaban:
«Entonces, ¿quién puede salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les dijo:
«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».
Pedro se puso a decirle:
«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
Jesús dijo:
«En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna».
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.
¿Qué sigue entonces?
| octubre 13 de 2024 | Por: Fr. Jailer Andrés MANZANO CAMACHO, O.P. |
Hoy escuchamos en el evangelio que Jesús dialoga con un joven que le pregunta acerca de ¿qué debe hacer para heredar la vida eterna?, este joven se entristece cuando Jesús le dice que venda todo lo que tiene y lo siga, aunque el joven es una persona buena que cumple los mandamientos y hace las cosas muy bien. Es aquí, donde Jesús empieza a hablar del reino de Dios, de la salvación, de la vida eterna hermanos. Nuestro Señor menciona que es muy difícil para alguien que tenga riquezas entrar en el reino de Dios, ante lo cual los discípulos se sorprenden y se preguntan: ¿quién puede salvarse?
Jesús les contesta que la salvación es imposible para los hombres, pero no para Dios. Y seguidamente ante el comentario de Pedro de que ellos como discípulos ya lo han dejado todo, Jesús les dice con seguridad: aquellos que han dejado todo por mí y por el evangelio, incluido su casa, familia y tierras van a recibir en esta vida presente muchas más casas, familias, y tierras, pero con persecuciones; y en la vida futura van a recibir la vida eterna.
Con esto queridos hermanos, la invitación que nos hace hoy Jesús, Dios mismo, es que precisamente nos reconozcamos pobres, reconozcamos quienes somos en verdad, seres humanos creados por Él con amor. Aquel que como dice la primera carta de Timoteo: “quiere que todas las personas se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (Biblia de Jerusalén, 2019) nos ha redimido con su propio cuerpo y su propia sangre para nuestra salvación. ¿Qué sigue entonces?
Lo que sigue es este reconocimiento al cual nos están invitando hoy, y desde aquí que Jesús sea para nosotros, nuestra mayor riqueza, que lo que busquemos en nuestra vida sea a Él, no las cosas terrenales, Dios por encima de todo, Dios nuestra garantía y no que nuestros deseos de querer hacerlo todo, de comodidad, de autosuficiencia y de poder nos lleven a la posesión de cosas, propia del pecado, con la cual reemplazamos a Dios y lo sacamos de nuestra vida, expulsamos a aquel que nos dio la vida. Solo Dios nos da la paz, el conocer la verdad y la alegría.
Alegría que ha perdido el joven rico porque ha preferido sus riquezas y no a Dios. Aquí, la cuestión no se basa en que el joven no haya vendido propiamente sus bienes, sino que por conservarlos no ha elegido querer alcanzar el fin del ser humano, amar a Dios, a Jesús con todo el corazón, con nuestra vida, con todo lo que somos. Esto es la pobreza que le faltó al joven y que nos puede estar faltando a nosotros, ser pobres de todo, pero ricos de Dios. Solo somos pobres cuando dependemos de Dios, cuando Él es para nosotros todo en nuestra vida, a pesar de todas las equivocaciones y pecados que podamos tener; es este mismo amor el que nos hace ser mejores cada día, ser perfectibles, volver a Él, reconocer que solo Dios nos salva con su misericordia, con el mismo amor con el cual nos creó, nos acompaña, nos perdona y nos asiste.
Solo esto hará que se abran las puertas del reino de Dios para cada uno de nosotros, solo esto hace posible que el camello pase por el ojo de la aguja. Es por ello, que Jesús les dice a los discípulos ante sus palabras, que para los hombres es difícil pero no para Dios.
Es difícil para los hombres porque quiénes debemos de reconocer nuestra humanidad, nuestra pobreza y riqueza en Dios, somos nosotros no Él. Aquella persona que no hace esto “en vez de la alegría de quien encontró el tesoro, tiene la tristeza de quien se sabe perdido” (Fausti, Una comunidad lee el evangelio de Marcos, 2018). Ya lo dijo San Agustín en sus Confesiones: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti”. Y Santa Catalina de Siena en una de sus cartas, enviada a Bartolomea: “¡No te preocupes por nada, sólo de encontrar a Jesús y caminar tras él!”.
Para terminar, no olvidemos la promesa de Jesús, de recibir mucho más si lo elegimos a él y el evangelio, pero con persecuciones, es decir, aquí se remarca nuevamente la dificultad inherente por elegir y querer amar a nuestro Dios con todo nuestro ser. Sin embargo, así entraremos en su reino, así obtendremos la vida eterna, la salvación que Él nos da para contemplarlo tal cual es, para vivir junto aquel que hemos amado y quien nos amó primero.
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