En este último recorrido junto a Jesús, Él nos ha enseñado que no hace impuro al hombre lo que entra a su corazón sino aquello que sale del mismo, pues, de allí salen todo tipo de actos que hacen daño. Luego, el domingo pasado, Jesús hace oír y hablar al sordomudo e indica a la gente que no digan nada. Sin embargo, ellos por su asombro más lo anuncian.
Hoy escuchamos que Jesús les pregunta a los discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo? Se podrían esperar respuestas acertadas de parte de todos, pues, ya muchas personas han tenido algún contacto con Jesús o por lo menos lo han escuchado. No obstante, los discípulos responden que han dicho: Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas; con lo cual se puede ver que la gente, aunque Jesús les ha enseñado y los ha sanado y liberado como al sordomudo, aún no saben quién es, no se han dado cuenta de que es Dios, de que es el Mesías, pero no el que esperan. Para la gente Jesús aún no significa nada para cada uno de ellos, a pesar de que lo han escuchado y han entrado en contacto con Él, han olvidado su encuentro con Dios que se ha hecho hombre para estar cerca de la humanidad y salvarla.
Hoy Jesús nos pregunta: ¿Quién soy yo para ti? Y para poder responderla debemos ir a nuestro interior, a la memoria para recordar todos aquellos momentos en los cuales Jesús ha estado con nosotros. Estando toda la vida, aunque no siempre lo sintamos o ni siquiera recordemos. Preguntarnos si en verdad, estamos y queremos estar cerca de Él, si en verdad Jesús, Dios hecho hombre significa algo para mí. O simplemente no es nada, o es solo a quien busco cuando estoy en problemas y en necesidad, o alguien a quien veo como aquel que me exige cosas que no quiero. Hoy debemos responder, nosotros, tal vez como Pedro, que dice: Tú eres el Mesías.
Y aunque la respuesta sea igual a la de Pedro en palabras, puede no serla en significado, pues, puede significar lo mismo que significa para la gente o incluso nada. Por lo tanto, hermanos, hoy la invitación es a detenernos a mirar a Cristo y pensar: ¿será que a quien veo, para mí es mi Dios, mi redentor, mi camino, mi amigo, mi compañero, mi vida, el que me guía y me ilumina, el que me ama y me amará siempre, el que me ha perdonado muchas veces llenándome de su misericordia, del amor de su corazón y me da su gracia para que yo sea verdaderamente libre y verdaderamente feliz?, ¿Qué es Jesús para mí? y ¿Será que en verdad me he encontrado con Él más allá de lo que pueda sentir?
Por esto, la respuesta de Pedro es distinta a las demás. Por ello, Pedro al saber quien es, ha reprendido a Jesús, ha dejado salir su humanidad, porque no quiere perder a aquel que lo significa todo. Pedro quiere hacer lo posible para no perder a la perla fina, con quien se ha encontrado en el campo de la vida.
Sin embargo, Jesús lo reprende porque aún no es el Cristo que ha venido a redimir a la humanidad, a quien Pedro no quiere dejar ir. “Lo que Pedro dijo es exacto, pero solo en parte” (Fausti, 2018). Él “nos hará tomar conciencia… para que le pidamos ver quién es Él de verdad” (Fausti, Una comunidad lee el evangelio de Marcos, 2018). El que será elevado en la cruz para la salvación del mundo.
Solo cuando sepamos quién es Jesús para nuestras vidas podremos negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz, la cruz de las propias dificultades y debilidades, y seguirlo por voluntad, pero con su gracia. Reconozcamos hoy, hermanos, a Jesús en nuestra vida, pidámosle que nos ayude a ser sus amigos y a ser capaces de comunicarlo a los demás. Que vean en nosotros un testimonio de amistad con Él, que es el sentido de la vida cristiana y aún más de la vida religiosa. Que seamos capaces de responder como Santo Tomás de Aquino: Non nisi te, Domine. Nada más que tú, Señor. Porque sabemos quién es para nuestra vida.