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¡Oye con el alma y habla con el corazón!

|  septiembre 05 de 2024  | Por: Fr. Stiven Giraldo Zuluaga, O.P. | 

En varias ocasiones hemos escuchado este pasaje del evangelio, que junto a otros más, presentan a Jesús haciendo milagros, sanando a los enfermos y restaurando la dignidad del ser humano. En este día, Jesús es presentado por el evangelista sanando a un sordo mudo al cual le mete los dedos en sus oídos y boca para sanarlo. Creo que no es necesario recontar con más detalles este pasaje del texto, pues el mensaje es claro y conciso frente al poder divino y restaurador que tiene Jesús entre sus aldeanos.

Hoy, los invito en un primer momento a que no nos fijemos en la acción de Jesús frente al hombre que sana, sino en el hombre mismo que no podía oír ni pronunciar palabras claras. Estas dos potencias del ser humano (hablar y oír) son esenciales para el desarrollo de la vida cotidiana. En la actualidad hay varios hombres y mujeres que tienen esta condición que eventualmente reduce significativamente su vida diaria frente a otros que tienen todas sus potencias disponibles y en funcionamiento, reconociendo en un primer momento que oír y comunicarnos a través de las palabras son acciones necesarias, aunque no indispensables para la vida en comunidad.

Dejemos por un momento la acción sanadora de Jesús en el evangelio y hagamos una introspección sobre nuestra vida frente a estas dos condiciones o potencias. El hombre sordo y mudo es un ser humano que no puede escuchar ni oír, además de que se le dificulta la posibilidad para hablar y producir oraciones con sentido y coherencia. Seguramente no es nuestra condición, si es así, me excuso por la siguiente reflexión, pues parto de que los lectores tienen estas dos potencias en su máxima expresión y funcionalidad.

Somos hombres y mujeres que podemos escuchar, oír y hablar con normalidad en nuestra vida cotidiana, pero considero que reflexionar sobre nuestra condición materialista es muy básico y primario. Los invito a pensar en las facultades de oír y hablar en el espíritu y el intelecto, pues probablemente es la sordera y la mudez que Jesús debe sanar en nuestros días. Pregúntate por un instante qué es lo que estás escuchando, oyendo y dejando que entre por tu sentido del oído, ¿acaso son cosas vacías y frías que no aportan nada a tu vida? ¿acaso son palabras que destruyen la vida de tu hermano y dañan la dignidad del prójimo? En nuestros días el oído es casi que necesario para ejecutar todas nuestras actividades diarias, sin embargo, es nuestra responsabilidad permitir o desechar aquello que queremos escuchar. ¿Qué tal si en vez de escuchar palabras que destruyen el mundo, escuchamos la palabra de Dios que quiere entrar a nuestro corazón para transformarlo? Pero ojo, no es solo escucharla, pues creo que muchos lo hacemos; es escucharla, oírla, entenderla y después ejecutarla. ¿Cuántas personas oyen las palabras del sacerdote en la santa misa cada domingo, pero salen de ella como si no hubiesen entendido nada? Nosotros podemos escuchar todo, pero podemos entender nada, por eso, la primera condición para empezar a comprender la voz de Dios es pedirle que sane nuestra sordera espiritual, pues escuchamos de manera superficial lo que tenemos que hacer para ser santos y felices, pero no comprendemos aquello que entra a nuestros oídos como mensaje de salvación y liberación.

No solo es poder entender y comprender, sino también materializar aquello que hemos oído por medio de las palabras, que exige que sean edificantes, constructoras, sanadoras, motivadoras y liberadoras de las ataduras del pecado y la desgracia. Solo si sabemos oír y comprender, podemos después hablar de aquello que hemos entendido, de lo contrario poco y nada hemos hecho. Jesús hoy debe sanar nuestras mudeces, nuestros silencios, nuestra indiferencia ante el mundo, el pobre y el ignorante; esta es la sanación que el mundo grita y replica: poder hablar de aquello que hemos oído y recibido en nuestro corazón a través de la razón. ¡Tú debes oír y hablar con Dios y de Dios! Pues en medio de las crisis en nuestros días, Jesucristo es la única solución y esperanza del mundo. El único que puede dar paz y sosiego a la humanidad sedienta de palabras sanadoras y reconciliadoras que solo saldrán del corazón del hombre cuando este haya escuchado de manera auténtica y sincera la voz del creador del universo.

Hermanos, hoy necesitamos sanar nuestras sorderas y mudeces espirituales, intelectuales y mentales. No nos sirve de nada poder hablar y oír con naturalidad si en nuestro interior somos sordos y mudos a la voz de Cristo y al mensaje de salvación que Él ofrece a través de la Iglesia. Muchos podemos llamarnos cristianos, ir a la santa misa y decir con nuestros labios que somos seguidores de Cristo, pero ¿en realidad estamos oyendo, comprendiendo y hablando de aquél que nos ha llamado a amarlo y proclamarlo? Tenemos una gran responsabilidad, escuchar a Dios y hablar de Dios al mundo entero, pues de esto depende la salvación de tantas almas que hoy buscan desconcertadas un mensaje de aliento y esperanza que solo tú y yo podemos dar después de haber sido sanados de nuestras sorderas y mudeces.

¡Ánimo querido hermano! Que sea Dios quien nos restaure, purifique y nos de la gracia de liberarnos de aquello que nos impide amarlo verdaderamente, y que al mismo tiempo nos permita sanar a tantos hombres que vagan errantes buscando la solución para sus sorderas espirituales.


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