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Santa Rosa de Lima: mujer paciente, humilde y apostólica

|  agosto 23 de 2024  | Por: Fr. Stiven Giraldo Zuluaga, O.P. | 

Isabel Flores de Oliva, santa Rosa de Lima, una mujer entregada a proclamar las maravillas del creador a través de su vida espiritual y misionera entres sus contemporáneos del siglo XVI.  Hoy, queridos hermanos, quiero invitarlos a que examinemos nuestra vida a partir de las virtudes de esta gran mujer, siguiendo la oración colecta que hemos escuchado.

Dios omnipotente,

dispensador de todos los bienes,

que hiciste florecer a santa rosa,

preparada con el rocío de la gracia celeste

con los dones de la humildad,

de la paciencia y de celo

por la salvación de su pueblo;

concédenos que, a ejemplo suyo, podamos llegar a ser suave perfume de Cristo.

 

Santa Isabel Flores, la rosa de américa, fue preparada con la gracia de Dios, dispensador de todos los bienes, con el rocío que empapa a las almas sedientas del sosiego y la paz. Todos hemos sido preparados por el padre celestial para recibir este don eterno. Rosa de Lima se dispuso a recibir este rocío de la gracia todos los días en su modesta ermita que había construido para su retiro en el huerto de sus padres. Hermanos, la primera condición para llegar a ser suave perfume de Cristo al igual que Rosa de Lima, es estar dispuestos, y recibir con humildad el rocío de la gracia celeste de Dios. Tú y yo, ¿Qué hemos construido para recibir esta gracia que Dios nuestro Padre ha preparado para cada uno de nosotros, sus hijos predilectos desde la eternidad?

La gracia, queridos hermanos, es Dios mismo, es el auxilio de Dios inmerecido para nuestra salvación y santificación. Sin la gracia de Dios nuestra vida sería nada y vacío, pues en ella reposa todo lo que podemos hacer en relación con nuestra respuesta efectiva a través de la fe. Ya lo decía san Pablo en su carta a los corintios, todo esto lo hecho con la gracia, o mejor, la gracia lo ha hecho conmigo. Nuestro estudio, predicación, oración, vida común, todo, absolutamente todo es gracia de Dios y auxilio divino. De la misma manera como el roció de la mañana que cae sobre las rosas permite que estas se mantengas frescas y revitalizadas, la gracia de Dios es aquél don que permite que nuestra vida se mantenga firme en medio de las dificultades y problemas.

Apreciados hermanos, debido a la gracia de Dios el ser humano tiene una vida virtuosa; ya lo menciona la oración colecta con respecto a Rosa de Lima: preparada con la gracia celeste vivía los dones de la humildad, la paciencia y el celo por la salvación de su pueblo. 

Estas dos primeras virtudes, la humildad y la paciencia, corresponden, según Tomás de Aquino, a dos de las virtudes cardinales que fundamentan nuestra vida moral: la templanza y la fortaleza respectivamente. ¿Qué tiene esto por decirnos hoy?

Rosa de lima fue una mujer paciente, quien aceptó con amor los padecimientos y sufrimientos. Rosa, vivió la virtud de la fortaleza, no como a veces se entiende, como la fuerza para enfrentar las contrariedades de la vida, sino como la capacidad para saber sufrir, antes de ser fuertes. En nuestra vida cotidiana siempre estamos atentos a salir adelante en medio de las adversidades, estamos listos para responder, argumentar y defender nuestros ideales y pensamientos… ¿Cuántas veces nos hemos detenido pacientemente a pensar y sufrir antes de hablar? En Cristo, la fortaleza no se manifiesta en sus elocuentes discursos contra los fariseos y escribas; sino que se manifiesta en la cruz, en su decisión de dejarse herir. ¿Hemos sido fuertes como Rosa de Lima en nuestra vida consagrada? Si no lo hemos sido, aún estamos a tiempo de serlo. 

En un segundo momento, la liturgia resalta la humildad, la cual pertenece a la virtud de la templanza; esta no busca otra cosa que el orden y la tranquilidad en nuestro interior. La humildad en Rosa es entendida como la capacidad que tuvo de reconocer que todo lo que hacía, vivía y experimentaba no era gracias a sus fuerzas o méritos, sino gracias al auxilio divino. ¿Cuántas veces nos hemos atribuido acciones, logros y méritos a nosotros mismos sin pensar en Cristo? La humildad no solo es agachar la cabeza y reconocer nuestros errores delante de los demás, sino también reconocer que todo lo que vivimos, experimentamos, hacemos y decimos es por voluntad y gracia divina.

Estas dos virtudes en Rosa de Lima desembocan en el celo por la salvación del pueblo de Dios, como si estuviesen preparando el camino de la predicación y el apostolado.

La flor de américa no fue una mujer que vivió sus virtudes introspectivamente, sino que siempre se esforzó por materializar su relación íntima con el Padre a través de las obras de caridad con los más necesitados y afligidos: “Rosa de Lima se entregaba con un celo ardiente por los indios y pecadores, por los que deseaba dar su vida y se entregaba a voluntarias y duras penitencias para ganarlos a Cristo, doliéndose de que como mujer no pudiera aplicarse al ministerio apostólico” (L.H O.P, p. 920). Hermanos, no podemos ensimismarnos en nuestra vida religiosa con nuestra contemplación y nuestro estudio, que, en muchas ocasiones, con especulaciones inútiles, no nos llevan al fin de nuestra vida dominicana como lo es la predicación. Todas nuestras obras deben ir en fin de este ministerio que llevamos por título, buscando siempre la salvación de las almas, de la misma manera como lo hizo Rosa de Lima en su tiempo, amando a los hombres y viviendo celosamente en pro de que muchos más conozcan y amen a Cristo como nosotros algún día lo hicimos.

Pidámosles hoy a nuestro Padre celestial por medio de esta flor de la familia dominicana que nos de la gracia para ser verdaderos perfumes de Cristo, que expelen dulces aromas de santidad, conversión, humildad y paciencia, para algún día llegar al coro celestial y unirnos a la alabanza de toda la creación a nuestro Dios y Señor.

Abríos en flor como el lirio, exhalad perfume, cantad un cantar, bendecir al Señor por todas sus obras. Amén.


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