Hace cinco domingos escuchábamos en el evangelio que Jesús sintió compasión por la multitud porque andaban como ovejas sin pastor y se puso a enseñarles. A partir del siguiente domingo, hace un mes exactamente, la liturgia de la Iglesia hace un alto en el evangelio de Marcos para adentrarnos en el evangelio de Juan y con ello iniciar lo que se conoce como el discurso del pan de vida, el cual se ha venido reflexionando.
Jesús que ha sentido compasión, hoy nos invita a que lo reconozcamos como Dios hecho hombre, el Dios que se ha encarnado en la humanidad para darnos la vida por su ofrecimiento en la cruz, la vida eterna. Por esto, el evangelio comienza diciendo “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”, solo aquel que bajo del cielo, haciendo referencia a su encarnación y a su sacrificio en la cruz, se convierte en el pan de vida, en el dador de la vida eterna para todos.
Jesús es la vida misma, por ello, es que debemos primero de reconocerlo para poder comerlo, y así, comiéndolo, creamos en Él, nos adhiramos a Él y vivamos de Él. Estar en comunión con Jesús es tener una comunicación de amor con Él, y esta es la vida eterna que da a todo aquel que come su carne y bebe su sangre.
Por ello, es que también el evangelio nos remite a la Eucaristía, aunque en el mismo no se encuentre explícitamente la narración de su institución, pues, en ella está el Cuerpo y Sangre de Cristo, que es el mayor don de Dios para la humanidad. En la Eucaristía se hace presente Dios que nadie ha visto, que es todo y solo amor. “La creación, el éxodo y la alianza encuentran su plenitud en la Eucaristía” (Fausti, 2008). Jesús no es solo el pan para el camino sino es el cordero que nos libra de la esclavitud. Él es “el camino, la verdad y la vida” (Biblia de Jerusalén, 2019, Juan 14:6) y “la verdad os hará libres” (Biblia de Jerusalén, 2019, Juan 8:32).
Por la Eucaristía nos hacemos hijos en el hijo en comunión con el Padre, “es verdaderamente nuestra salvación y la del mundo entero” (Fausti, 2008).
Solo comiendo y bebiendo la Eucaristía es que somos capaces de amar con el amor de quien nos ama. Nos ayuda a convertirnos en amor y así, participar del “amor eterno entre Padre e hijo”. Y como resultado de esto, es que se nos promete la vida eterna, una vida de amor que no solo dura durante nuestra vida en la tierra sino también aún después de la muerte, por esto, es que el evangelio dice: “y yo lo resucitaré en el último día”.
Reconozcamos hermanos a Jesús como el Dios que se ha hecho hombre por amor a nosotros y por ese, mismo amor nos da la vida eterna, una vida de comunión con el Dios uno y trino. Que seamos capaces de ser amor y vida en el mundo para el otro porque tenemos la sensibilidad ante las vicisitudes de los demás, que tuvo Jesús cuando sintió compasión por la multitud debido a que creemos y nos alimentamos, comemos y bebemos, al Dios de la vida, el pan vivo que ha bajado del cielo.