Está en nuestras manos: Del Evangelio según San Mateo 26, 14-25.
“¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies” (Salmo 8)
Este es tal vez uno de los pocos salmos que nos recuerdan la característica más emblemática de Dios, a saber, el dar a cada una de sus criaturas el don irrevocable de la LIBERTAD, condición que nos hace responsables frente a lo que hemos recibido. De esta manera, este Miércoles Santo, recordamos el llamado a la misión que se nos ha encomendado; ¿Vocación a qué? Esto sólo lo podremos descubrir desde nuestra cotidianidad, en lo que nos movemos diariamente, en lo que hacemos tangible. Es la respuesta visible que sólo podemos dar cuando somos conscientes desde nuestra realidad y descubrimos cuáles son las exigencias que nos está pidiendo a gritos nuestro contexto.
Vale la pena apuntar que, desde el personaje propuesto para esta reflexión, es Judas quien, en su experiencia de discipulado, nos lleve a ver con claridad cómo estamos ejerciendo esa libertad de hijos de Dios. Hubo un plan, hubo un camino para este personaje, así mismo, recibió como lo dice el salmo introductorio un mando sobre las obras de Dios; sin embargo, el poder continuar o no su proyecto, no era un mandato externo que le impidiera llevar a cabo su misión, no es entonces un plan macabro de parte de Dios para verse destinado a tal fin. Él mismo desde la integralidad en su ser persona fue respetado, su capacidad cognitiva le dio desde su racionalidad la capacidad de decisión. Es así, como nuestra cabeza más allá de evidenciar rasgos externos, debe tener la capacidad de interiorizar e ir un poco más lejos a nuestras opciones, que algunas veces pueden ser equívocas, sin embargo podemos evitarlas.
De esta manera, durante estos días santos, el llamado es a limpiar de nuestra cabeza aquello que no nos deja seguir con nuestra misión de hijos a Dios, a desinfectar aquello que no nos deja avanzar en nuestros ideales e incluso los de los demás. Por tanto, ya es momento de dejar de traicionarnos a nosotros mismos y a los que nos rodean, dejar de traicionar nuestros sueños, alegrías, convicciones. No se puede seguir traicionando a los otros, y mucho menos seguir traicionando a Dios, al culparlo de nuestros propios errores, disculpando así nuestras responsabilidades, excusando la inmadurez en la que nos encontramos, siendo esto al fin y al cabo un resultado de la incapacidad de decidir.
Es posible que seamos conscientes de nuestras caídas, pero no se tiene la valentía de enmendar el error y cambiar en el acto. Es así, como probablemente en ese intento de error y enmienda superficial, se esté cayendo en un sucio juego de acostumbrar a los demás y a nosotros mismos en tomar soluciones efímeras y momentáneas como “pañitos de agua tibia”, sin soluciones certeras y sólidas. Ya es hora de dejar de procrastinar, es decir, no seguir aplazando aquello que podemos hacer y que, por continuar en obstinaciones vacías, caprichosas y superfluas, vayan creando comportamientos alienantes que desdicen de nuestra condición de hijos de Dios. Es hora entonces, de hacer a un lado el interés personal, pensar más desde lo comunitario y no desde el particular egoísmo; Jesús hoy nos invita, además, a aprendernos a conocer, prescindir de aquello que no sirve, que nos aleja y nos hace menos humanos. Está en nuestras manos como también en las de quien nos creó y a pesar de todo nos sigue invitando a ser su imagen y semejanza.