Ruah, en tiempo de Asfixia (1/9)
| mayo 22 de 2020 | Por: Fray Iván Garzón Rojas, O.P. |
Escucho el jadeo de una paciente de coronavirus, lo escucho por medio del video que ella misma grabó antes de su muerte. Segundo a segundo este documento fílmico va evidenciando el duro momento por el que pasa la enferma, los sonidos de su pecho denotan deterioro y desespero; finalmente el silencio llega y evidencia que todo acabó. Después leo la trágica noticia de las mil muertes acaecidas en Brasil por este mismo mal. Lo más probable es que muchos de ellos vivieran situaciones de asfixia similares a las del video de la mujer que he mencionado. Las situaciones de asfixia vienen dándose en el país de la samba, que a comienzos de este año veía impertérrito como una parte de su Amazonía se quemaba.
Se va perdiendo el oxígeno, va faltando el aliento vital y, poco a poco, se va acabando la vida. Justo cuando todo eso ocurre, la Iglesia va de camino a Pentecostés, suplica con humildad que llegue a su seno el “aliento vital”, el Ruah: una fuerza para los que sienten que les falta el aire de la vida.
Ruah, “aliento vital”, es la palabra que usa el relato de la creación cuando Dios toma la figura de barro y le “insufla” la vida para sacar al hombre. Este Ruah es la fuerza que el pueblo de Israel suplica en el destierro y que los primeros cristianos pedían cuando se sentían asfixiados frente a la derrota que había tocado sus puertas. Es este mismo Ruah, el que sin saberlo, nuestro pueblo pide justo cuando ve perder su vida por falta de oxígeno, cuando siente miedo a ser infectado por el virus y confinado se queda sin aire. Es el mismo que suplica la humanidad cuando no hay bosques ni selva. En tiempo de Coronavirus, de selvas arrasadas por el fuego, de confinamiento, de incertidumbre y de dolor, suplicamos al Señor su Ruah, como lo hizo el pueblo de Israel, para enfrentar el barro de muerte con el que nos hemos venido revistiendo a lo largo de nuestra historia personal, comunitaria y mundial. Suplicamos el Ruah que nos saque de nuestra asfixia física y existencial.
Esta asfixia es la que nos lleva a considerar el calentamiento global, las selvas, las pandemias, la pobreza y la primera comunidad cristiana. En esa sensación del aire que falta, nuestra oración de Pentecostés se ve obligada a complementarse; por eso, con el Papa Francisco rogamos al Señor que nos permita construir Iglesia sin desconectarnos del medio ambiente (Laudato Si), sin darle la espalda a la Amazonía (Querida Amazonía), sin olvidar a los pobres; rogamos al Señor que nos permita hacer parte de la comunión sin dejar de pensar en la casa común. El día que nos falta el aire, la Iglesia suplica el Espíritu para que nos dé vida, nos dé aire y, a la vez, nos capacite para darle oxígeno al que lo necesita.
En la constatación de nuestra pobreza, de nuestros “huesos secos”, de nuestro ahogo, invocamos con humildad el Espíritu de la vida, de tal manera que los “huesos de nuestra fragilidad” se vayan juntando poco a poco hasta llegar al hombre con vida.
Un hombre con nuevo aire en sus pulmones y en su corazón que se torne “anti-torre de Babel”, con capacidad de pronunciar un lenguaje de unidad que lo lleve al encuentro con el hermano, que reconozca a Jesús resucitado no como acto mágico sino como lenguaje del amor, como fuente de agua viva, como “respirador vital”.
Un “buen samaritano” que rompa no solo con las tradiciones religiosas que ahogan a los más pequeños, sino que se haga “respirador vital”, capaz de recoger a quien sufre para “sanar sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza”.
Cuando a cientos de hombres y mujeres les falta el aire por un virus, cuando a miles les falta el aire por la ausencia de bosques que lo produzcan, cuando a millones les falta el aire por la guerra y el hambre que los mata, la Iglesia suplica al Señor su Ruah, no como acto piadoso para que lleguen soluciones mágicas, sino como acto de fe, que nos lleve a apostar por la “comunión” entre los hermanos (Iglesia).
Cuando hay muerte, cuando nuestros huesos están descoyuntados, cuando el virus nos deja sin aire, cuando el confinamiento nos golpea, el “aliento vital” viene en nuestra ayuda, ven Señor a nuestra vida, danos vida, reúnenos en torno tuyo en la comunión de la salvación.
Señor el trajín del día, del confinamiento, el miedo a enfermarnos,
las incertidumbres económicas, las noticias, la violencia en casa,
nuestra falta de sueño nos hace perder aire.
Tú conoces las veces que en medio de tantas cosas hemos “hiper-ventilado”,
procurando más oxígeno terminamos más nerviosos y más angustiados,
hoy que empezamos esta novena, te suplicamos envíes tu Ruah, tu aliento vital.
Enséñanos a respirar con ritmo, con tranquilidad,
a descubrir que tu presencia nos lleva a caminar con los otros,
sobre todo con aquellos con los que más nos cuesta,
y que con todos ellos nos ponemos rumbo a Ti.
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