Tercer Domingo de Pascua
| abril 26 de 2020 | Por: FRAY ADRIÁN MAURICIO GARCÍA PEÑARANDA, O.P. |
Así como los discípulos de Emaús reflejaban en sus rostros el miedo y la tristeza porque habían matado a su Señor. Tal vez, en este tercer domingo de pascua, ya nuestras caras se ven llenas de desilusión y resignación. Los discípulos habían perdido la fe y sus ojos habían dejado de ver con claridad.
Siempre nos han gustado las historias con finales felices, y la historia del Resucitado pareciera ser eso: nuestro Dios muere el viernes santo, pero sabemos que el sábado por la noche resucitará, no hay ni siquiera que esperar hasta el domingo. Pero esta vez sentimos que todo fue diferente, es como si nuestro Señor no hubiera terminado de morir y tampoco de resucitar. Es como si Él siguiera muriendo con cada contagiado, al tiempo que continua alimentando nuestra esperanza en un avenir mejor, donde nos podamos volver a aproximar con confianza los unos a los otros.
Y así como todo lo que acontece con rapidez, también se olvida con rapidez. Tal como la paja que arde y se consume a toda prisa, nuestros corazones ardían y latían hace unas semanas con entusiasmo. Sin embargo, la llama, tal vez ha venido disminuyendo su fuerza desde entonces, y quizás hoy, nuestros corazones estén nuevamente fríos y llenos de incertidumbres. A pesar de esto, litúrgicamente es sabio celebrar tan prolongadamente el tiempo pascual, pues el corazón humano necesita que se le recuerde constantemente la magnitud del hecho de la verdadera presencia del Resucitado entre nosotros. Quizás, el relato de los discípulos de Emaús es el acontecimiento culmen de esta serie de apariciones del Resucitado.
El relato nos dice que los discípulos dejan Jerusalén. Pero ¿Qué quiere decir, dejar Jerusalén? Jerusalén es el lugar donde todo ocurre. Dejar Jerusalén significa, entre otras cosas, dejar el camino de la redención, dejar el camino de la esperanza, para acoger el camino de la resignación, de la derrota y de la desolación. Los discípulos dejan Jerusalén porque tiene miedo de que les pase lo mismo que a su Señor.
Estos dos peregrinos van de camino y una pregunta de un extranjero que se acercó a ellos, los hace detener. La pregunta de Jesús es “¿Qué comentaban por el camino?” Si esta pregunta nos la hiciera este extranjero hoy, en estos días, tendríamos que responder: – acaso eres el único que no sabe lo que está ocurriendo, un virus está enfermando y matando a las personas. Discutimos sobre el “coronavirus”, que ha puesto a tambalear al mundo entero y tenemos miedo –. Sobre lo que Jesús nos diría después, no estoy muy seguro. Tal vez no haya respuesta de su parte, guarde silencio y nos toque encontrarla a nosotros mismos, o quizás nos responda lo mismo: “¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer […]!”
Luego de esto, Jesús les enseña lo más importante: volver a las escrituras y al compartir del pan. Pero lo más interesante es que todo ocurre en un tiempo que parece eterno. Es decir el pasado, el presente y el futuro confluyen los tres en un solo instante. El Resucitado también revela su eternidad a los discípulos de Emaús. En su “presente” les explica las escrituras y come con ellos, al tiempo que los discípulos hacen “memoria”, anamnesis de los gestos de Jesús; entendiendo así, que estos gestos debe seguir repitiéndose en la comunidad como un continuo actualizar de su presencia en medio de ellos. Esta es la única manera de poder seguir hacia adelante, de poder abrirse a una nueva esperanza y continuar, esta vez a través de la misión, del anuncio del kerigma. Pasado, presente y futuro se reducen a un instante salvífico, el instante de la comprensión, del abrir los ojos y de reavivar el corazón. Los que caminaban con prisa son detenidos, su tiempo se detiene para dar paso a un instante de eternidad junto al Resucitado.
Nos damos cuenta que ni el coronavirus ha sido capaz de detener completamente la maquinaria del sistema mundial, la preocupación por la economía sigue siendo apremiante, incluso muchas veces por encima del salvar vidas. Sin embargo, si lo miramos con esperanza, el Resucitado nos ofrece hoy un “detente” privilegiado en nuestro camino, nos está ofreciendo como a estos peregrinos un instante de eternidad. Muy seguramente estos días quedarán gravados en nuestra memoria para siempre como el recuerdo de nuestra fragilidad y de nuestra necesidad del Resucitado. “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”.
En la literatura, los tiempos de pandemia se han caracterizado por dar menos importancia al pasado y un lugar privilegiado al presente. Todo se resume a las luchas cotidianas contra la enfermedad, donde el futuro no se ve con claridad y el pasado aunque se añora al principio, tiende poco a poco a ser olvidado. “Ya somos el olvido que seremos”, dice un poema inédito de Jorge Luis Borges. Sin embargo, en el relato de los discípulos de Emaús, Jesús nos está indicando la importancia del hacer memoria y la necesidad de una esperanza que nos abra al futuro.
Los discípulos encuentran su fe al rememorar, al recordar la explicación de las escrituras y la fracción del pan. Mirar hacia atrás, mirar nuestra historia, mirar todo lo que Él ha hecho y continua haciendo por nosotros, es disponer nuestros corazones a creer. En este relato encontramos el símbolo más grande de la resurrección, que no es otro, que el sustento de la comunidad, a través de la presencia real del Resucitado en las escrituras y en la fracción del pan. Ese es nuestro acto fundante, el que no debemos olvidar y el que siempre debemos volver a experimentar.
Si algo bueno podemos sacar de todo lo que está ocurriendo en estos momentos, es el aprender a vernos nuevamente como hombres frágiles, que se miran al espejo y se reconocen más humanos y necesitados de los demás. Como diría Raniero Cantalamessa en su homilía del pasado viernes santo: “Dejemos a la generación que venga un mundo más pobre de cosas y de dinero, si es necesario, pero más rico en humanidad.” Tal vez estamos frente a un retorno de lo trágico, el relato del súper hombre que era capaz de enfrentarse solo a todo y poder contra todo, empieza a declinar, necesitamos de los otros. El hombre nuevo, el hombre reconciliado debe aparecer, nadie puede seguir siendo el mismo después de todo lo que está pasando.
De este modo, nos damos cuenta de que no es afuera, por el camino donde los discípulos descubren quién es este extraño hombre, sino en el interior de una posada, compartiendo el pan, donde sus ojos se abren y pueden ver con claridad. A lo mejor, como lo indica San Agustín en las Confesiones, seguimos buscando afuera, lo que siempre ha estado dentro de nosotros, en el hombre interior. A pesar del vacío que deja el Resucitado, los discípulos encuentran una verdadera presencia, un sentido, una misión y es la dar testimonio de esta verdad: Jesús, el Cristo, ha resucitado y sigue estando presente en medio de ellos. Transformados por el Resucitado, los discípulos deciden regresar nuevamente a Jerusalén y dar testimonio de lo que les había sucedido. La renuncia se transforma en misión, su dispersión en comunidad, y su miedo se transforma en testimonio amoroso de fe y esperanza. Los discípulos que pasan por la muerte, resucitan como Iglesia. Tal vez en estos momentos difíciles, nuestro camino debe asemejarse más que nunca al de los discípulos de Emaús y ser capaces de pasar de la desesperanza de la muerte a la vida. Debemos regresar a Jerusalén.
Tout comme les disciples d’Emmaüs reflétaient la peur et la tristesse sur leur visage parce que leur Seigneur était mort, peut-être, en ce troisième dimanche de Pâques, nos visages sont-ils aussi déjà marqués par la déception et la résignation. Les disciples avaient perdu la foi et leurs yeux avaient cessé de voir clairement.
Nous avons toujours aimé les histoires avec une fin heureuse, et l’histoire du Ressuscité semble être de celles-ci : notre Dieu meurt le Vendredi saint, mais nous savons que samedi soir il ressuscitera, il n’y a même pas besoin d’attendre jusqu’à dimanche. Mais, cette fois, nous sentons que tout était différent, c’est comme si notre Seigneur n’avait pas fini de mourir ni de ressusciter. C’est comme s’Il continuait à mourir avec chaque personne infectée, tout en continuant à nourrir notre espoir d’un avenir meilleur, où nous pourrions nous rapprocher à nouveau et avec confiance les uns des autres.
Et, comme tout ce qui se passe rapidement, il est aussi vite oublié ; telle la paille qui brûle à la hâte, nos cœurs ont battu et brûlé il y a quelques semaines avec enthousiasme et joie. Cependant, la flamme a peut-être diminué en force depuis lors, et, éventuellement, aujourd’hui, nos cœurs sont encore une fois pleins d’incertitudes. Malgré cela, liturgiquement il est sage de célébrer le temps de Pâques si longtemps, car le cœur humain doit constamment se rappeler l’ampleur du fait qu’implique la véritable présence du Ressuscité parmi nous. Vraisemblablement, l’histoire des disciples d’Emmaüs est le point culminant de cette série d’apparitions du Ressuscité.
Le récit nous dit que les disciples quittent Jérusalem. Mais que signifie quitter Jérusalem ? Jérusalem, c’est l’endroit où tout se passe. Quitter Jérusalem signifie, entre autres, quitter le chemin de la rédemption, quitter le chemin de l’espérance, pour accepter le chemin de la résignation, de l’échec et de la désolation. Les disciples quittent Jérusalem parce qu’ils ont peur que leur arrive ce qui est arrivé à leur Seigneur.
Ces deux pèlerins sont en route et une question d’un étranger qui s’est approché d’eux les fait s’arrêter. Cet homme leur demande : « De quoi discutez-vous en marchant ? » Si, hypothétiquement, cette question était posée par cet étranger aujourd’hui, ces jours-ci, nous devrions répondre : – « Tu es bien le seul étranger […] qui ignore les événements de ces jours-ci. » Un virus rend les gens malades et les tue. Nous discutons du « coronavirus », qui a secoué le monde entier, et nous en avons peur. – Quant à ce que Jésus nous dirait ensuite, je n’en suis pas sûr. Peut-être n’y aura-t-il pas de réponse de sa part, il gardera le silence et ce sera nous qui devrons trouver la réponse ; ou, possiblement, il nous répondra la même chose : « Esprits sans intelligence ! Comme votre cœur est lent à croire […]. »
Après cela, Jésus leur enseigne la chose la plus importante : revenir aux Écritures et partager le pain. Mais, le plus intéressant, c’est que tout se passe dans un temps qui semble éternel. En d’autres termes, le passé, le présent et l’avenir se rejoignent en un seul instant. Le Ressuscité révèle également son éternité aux disciples d’Emmaüs. Dans son « présent », il explique les Écritures et partage avec eux le pain, puis les disciples font « mémoire », anamnèse des gestes de Jésus, comprenant ainsi que ces gestes doivent se poursuivre dans la communauté comme une mise à jour continue de sa présence au milieu d’eux. En fait, c’est la seule façon d’avancer, de s’ouvrir à un nouvel espoir et de persévérer, cette fois par la mission : l’annonce du kérygme. Le passé, le présent et l’avenir convergent dans un moment salvifique, le moment de la compréhension, de l’ouverture des yeux et de la réjouissance du cœur. Ceux qui marchaient à toute vitesse se sont arrêtés, leur temps s’arrête pour faire place à un instant d’éternité avec le Ressuscité.
Nous nous rendons compte que même le coronavirus n’a pas été en mesure d’arrêter complètement le mécanisme du système mondial ; le souci de l’économie continue d’être pressant, parfois même placé au-dessus des besoins essentiels de santé de certaines populations. Cependant, si nous le regardons avec espoir, le Ressuscité nous offre aujourd’hui un « arrêt » privilégié sur notre chemin ; il nous offre, comme à ces pèlerins, un moment d’éternité. Très certainement, ces jours seront gravés à jamais dans notre mémoire comme le souvenir de notre vulnérabilité et de notre besoin de Jésus Ressuscité. « Reste avec nous, car le soir approche et déjà le jour baisse. »
Dans la littérature, les temps de pandémie se caractérisent par le fait qu’ils donnent moins d’importance au passé et confèrent une place privilégiée au présent. Tout se résume aux luttes quotidiennes contre la maladie, où l’avenir n’est pas clairement perçu et le passé, bien que, au départ, on s’en souvienne, a tendance à être peu à peu oublié. « Nous voilà devenus l’oubli que nous serons », dit un poème inédit de Jorge Luis Borges. Cependant, dans le récit des disciples d’Emmaüs, Jésus nous indique l’importance de se souvenir et le besoin d’un espoir qui nous ouvre à l’avenir.
Les disciples trouvent leur foi en se souvenant, en se souvenant de l’explication des Écritures et du partage du pain. Regarder en arrière, regarder notre histoire, regarder tout ce qu’Il a fait et continue de faire pour nous, c’est déjà commencer à croire. Dans ce récit, nous trouvons le plus grand symbole de la résurrection, qui n’est autre que la subsistance de la communauté, à travers la présence réelle du Ressuscité dans les Écritures et dans le partage du pain. Voici l’acte fondateur, celui que nous ne devons pas oublier et que nous devons toujours actualiser.
S’il y a quelque chose de bien que nous pouvons tirer de tout ce qui se passe en ce moment, c’est d’apprendre à nous voir à nouveau comme des hommes fragiles, qui se regardent dans le miroir et se reconnaissent comme plus humains et ayant besoin des autres. Comme le dirait Raniero Cantalamessa lors de son homélie de Vendredi saint dernier : « Laissons à la génération qui viendra un monde plus pauvre en choses et en argent, au besoin, mais plus riche en humanité. » Peut-être que nous sommes confrontés à un retour du tragique, l’histoire du surhomme qui peut tout affronter seul et contrôler tout commence à décliner ; nous avons besoin des autres. L’homme nouveau doit être l’homme réconcilié, c’est lui qui doit apparaître, personne ne peut rester le même après tout ce qui se passe.
De cette façon, nous sommes conscients que ce n’est pas à l’extérieur, sur le chemin, que les disciples découvrent qui est cet étranger, mais à l’intérieur de la maison, autour d’une table, où leurs yeux s’ouvrent et, alors, ils peuvent voir clairement. Peut-être que, comme l’indique saint Augustin dans les Confessions, nous continuons à chercher à l’extérieur ce qui a toujours été en nous, dans l’homme intérieur. Malgré le vide laissé par le Ressuscité, les disciples trouvent une vraie présence, un sens, une mission, et c’est témoigner de cette vérité : Jésus, le Christ est ressuscité et continue d’être présent au milieu de nous. Transformés par le Ressuscité, les disciples décident de retourner à Jérusalem et témoignent de ce qui leur est arrivé. Le renoncement se transforme en mission, leur dispersion, en communauté, et leur peur, en témoignage amoureux de foi et d’espérance. Les disciples qui traversent la mort ressuscitent en tant qu’Église. Peut-être qu’en ces temps difficiles notre chemin doit plus que jamais ressembler à celui des disciples d’Emmaüs et pouvoir passer du désespoir de la mort à la vie. Nous devons retourner à Jérusalem. Amen.
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