Segundo Domingo de Pascua
| abril 19 de 2020 | Por: Fr. Alexander Sánchez Barreto, O.P. |
Celebramos el Domingo de la Divina Misericordia como se ha denominado, por solicitud de su Santidad San Juan Pablo II, a partir del año 2000 a este domingo con el cual cerramos la octava de Pascua; semana en la que se prolonga el júbilo que produce la Resurrección en el creyente.
Como nos lo narra la liturgia de la Palabra, durante esta semana el Señor se ha ido apareciendo en distintos escenarios a sus discípulos y ha hecho que éstos recuperen la confianza, se colmen nuevamente de esperanza y sobre todo afiancen en su fe. Un ejemplo vivo de ello es el Evangelio del día de hoy que nos narra la confesión del apóstol Tomás después de escuchar la invitación del Resucitado a tocar las marcas dejadas en su corporeidad lastimada en la Pasión: ¡Señor mío, y Dios mío! confesó el apóstol.
La intensidad y el impacto de estas apariciones del Resucitado debió haber sido muy grande, hasta el punto de generar una ola de adhesiones, de conversiones. De asumir un estilo de vida en el cual se vincula al otro en la comunión, en la fracción del pan, en la oración. Una experiencia tan fuerte que incluso lleva a acciones milagrosas realizadas por parte de los discípulos consientes ahora de su misión; propagar el mensaje de Cristo y anunciar su Resurrección.
En ese sentido quiero subrayar tres ideas que a mi parecer engloban la identidad de quien ha experimentado con intensidad su adhesión a Cristo, el Resucitado, tomadas de la liturgia de la palabra:
- El seguidor de Jesús debe ser bien visto en todo el pueblo: La conversión lleva a adoptar una vida nueva y ejemplar. Para el creyente de la comunidad primitiva la comunión fraterna, la oración y la asistencia, podríamos decir social, fue fundamental para que la fe se propagara y nuevas personas se unieran al movimiento religioso recién iniciado. Sigue siendo para el creyente una exigencia el dar testimonio, el ser tener una vida ejemplar, el ser bien visto por la sociedad.
- El seguidor de Jesús debe mantener la fe y vivir alegres en medio de las pruebas: Bien conocemos de lo difícil que la pasaron los primeros creyentes debido a las persecuciones por confesar su fe en Jesucristo. El testimonio de los mártires es prueba de ello. En los tiempos actuales, otras son las pruebas y persecuciones a la Iglesia, y esta característica del creyente es la que más nos puede llamar la atención hoy por hoy, incluso reforzada por la manera como debemos vivir y alimentar nuestra fe en situación de confinamientos obligatorios que han llevado a cerrar los templos y limitar las celebraciones sacramentales.
- El seguidor de Jesús debe recibir la paz, la alegría y el Espíritu Santo: Son estos los dones del resucitado que debemos manifestar en nuestra experiencia religiosa. Jesús resucitado les dice a sus discípulos que la paz está con ellos, que se alegren por que ha Resucitado, que les otorga el Espíritu Santo muchas veces prometido por el Señor. Pidamos con profunda humildad que el Señor, en su divina misericordia nos siga fortaleciendo con estos dones.
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