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La resurrección: una experiencia de amor

Abril 27 de 2019  | Por: Gleydis Y. Aguilar Gualdrón • Grupo Juvenil Dominicano Contracorriente

“Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te
ceñías e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo,
extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras”
(Jn 21,1-19)

Queridos hermanos, sin duda alguna que la Resurrección sigue siendo el momento de encuentro con el Maestro, con el amor verdadero, con el Señor de Señores. Ya antes había hallado a sus discípulos tristes y sin ánimo alguno porque creían que todo había terminado en el momento de su muerte en la cruz. En sus vidas ya no había lugar para sueños e ilusiones. Ahora, como lo percibimos en la lectura del Evangelio, han vuelto a sus antiguas labores: a las noches arduas de trabajo a la orilla del lago y al regreso con las redes vacías.

Mas con Jesús siempre suceden cosas maravillosas e inesperadas; una figura muy familiar se ve en la orilla y con fuerte voz les dice que echen las redes al otro lado de la barca. Inevitablemente sucede lo impensable, la red se llena de peces y nuevamente los discípulos sienten temor al ver tal acontecimiento. Pedro, al contrario, se tira al agua y sale al encuentro de su Señor, al encuentro de aquel que una vez negó pero que ahora busca con total arrepentimiento. Los discípulos, en lo profundo de su corazón, sabían que esa figura tan familiar era el Maestro, era Jesús, que en la orilla los espera. Por esta razón, el Hijo del Hombre, recordándoles las palabras de la inmemorial Cena Pascual anterior a su pasión, bendice el pan y abre sus ojos para que comprendan que todas sus palabras son ciertas y se encienda nuevamente su esperanza e ilusión. Otra vez les dice: ¨Sígueme¨.

Hermanos, este texto nos muestra un cierto itinerario de la resurrección, como Lucas en el relato con los discípulos de Emaús. Ahora las experiencias van calando poco a poco en ellos y por ello no se les ocurrió preguntar quién era aquella persona, sino que reconocieron enseguida al Señor que reconduciría sus vidas. De nuevo tendrían que abandonar, como al principio, las redes y las barcas, para anunciar al Verbo encarnado y redentor a todos los hombres.

Esta experiencia de amor del resucitado la debemos vivir todos los días. Mas debemos preguntarnos ¿qué tan dignos somos de ser parte del sacrificio y resurrección de Cristo? O pensar simplemente, por qué no hemos dejado que el amor del resucitado llene nuestra vida de su alegría, de su paz, de su esperanza y de su infinito amor. Posiblemente nos ha pasado como los discípulos: hemos tenido miedo o no le hemos reconocido. Sin embargo, hoy los invito a ser como Pedro, que a pesar de sus negaciones se arroja al encuentro del Maestro con la esperanza de que sea curado su pasado. Esta, pues, es la experiencia de la resurrección, sentirnos amados y reconciliados con Dios por el amor inefable que ha tenido a la humanidad.

Permitamos, entonces, que la resurrección de Jesús permanezca en nuestra vida y que todos los días digamos, junto con María Santísima: verdaderamente ha resucitado el Señor, ¡ALELUYA!