¡El Señor es mi fuerza y mi energía, Él es mi salvación!
| Abril 27 de 2019 | Por: Paula Andrea Parra Sánchez • Grupo Juvenil Dominicano Contracorriente
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes
mis manos; trae tu mano y métela en mi costado;
y no seas incrédulo, sino creyente.» (Jn 20, 27)
Hermanos, ¡Cristo ha resucitado! Por eso se alegra nuestro corazón y nuestra esperanza se hace cada vez más fuerte y firme. Ese mismo Jesús, que vive verdaderamente en medio de nosotros, hoy se presenta en el lugar donde se encuentran reunidos los discípulos para anunciarles la paz que solo de Él puede proceder. Las marcas en sus manos, pies y costado, son los signos de la verdadera victoria sobre la muerte y el pecado. Por eso dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás, en su asombro, clama con alegría: «Señor mío y Dios mío».
Más Jesús, que conoce nuestros corazones y pensamientos, hace de aquella frase una profesión de fe para aquellos a quienes le sería anunciada su palabra y declara: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que creen sin haber visto». Hermanos, si comprendemos a profundidad estas palabras, lograremos captar que Jesús pone a prueba, no solamente la fe de Tomás, sino la fe de todos nosotros.
Bien sabemos que en la Sagrada Escritura hallamos numerosos ejemplos de las veces en que Jesús ha sorprendido a la humanidad incrédula y dudosa con sus actos. Sus palabras y milagros son la certeza de que lo imposible tiene solución y que la enfermedad alcanza su fin por la vida y la salud que de él mismo provienen. No obstante, la gente de aquella época vacilaba al acercarse a su presencia y dudaba en que fuera el Hijo de Dios. ¿No es esto lo mismo que sucede en nuestras vidas actualmente? Creemos que Jesús no está allí, pero en realidad, Él siempre está de nuestro lado obrando a nuestro favor.
Hace algún tiempo, mis padres, mi hermana y yo decidimos vivir fuera del país y comenzar un nuevo estilo de vida. Por un año, en este nuevo mundo, mi hermana y yo no estudiaríamos, lo que hizo sentirme sola en las primeras semanas al no conocer a nadie y no entender la razón por la cual deberíamos estar en un lugar desconocido sin hacer nada. Pasadas unas semanas, la relación con mi hermana y mis papas comenzó a cambiar; desde aquel momento todo tomó un rumbo distinto. Me di cuenta que ellos son las personas que siempre van a estar ahí conmigo y que lo demás son solo detalles. Viviendo esta experiencia, al comienzo no entendía cuál era el plan de Dios para mi vida y llegué a creer que él me había olvidado. Luego comprendí, que su lección era enseñarme a valorar mi familia y las nuevas oportunidades que se presentarían despues de este cambio.
¿Acaso no vivieron esto los discípulos? Ellos vieron morir a su Maestro. Todo era desconocido y sombrío en sus vidas. Parecía que todo perdía sentido. Y ahora, ¡Oh, grata sorpresa!, Cristo se presenta delante de ellos resucitado y les comunica, no solo la paz que obtendrían en su corazón al creer en Él, sino también un mandato de ir al mundo a predicar el Evangelio y la llegada del Reino de Dios. Él se hace presente para decirles que estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Su resurrección es el testimonio de amor más grande del amor que Dios ha tenido a la humanidad. Es la prueba fehaciente de la divinidad y gloria del Hijo que ha vencido la muerte por su misma muerte y destruido el pecado que habitaba en nosotros.
Hermanos, no es necesario que sepamos de antemano el porqué de cada situación, es decir, no tenemos que tocar la llaga para saber que Dios está ahí siempre dirigiendo e iluminando nuestro camino. Dejémonos guiar por Cristo. Recibamos con beneplácito al Santo Espíritu en nuestros corazones y vayamos alegres a anunciar la Buena Nueva de Salvación.