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(7/9) Dará a luz un hijo y le pondrá por nombre… PALABRA

|  diciembre 22 DE 2019 • Fray Fabián Elicio Rico Virgüez, O.P.  |

En el libro del profeta Isaías la Palabra de Dios es comparada con la transformación del agua y sus efectos en la naturaleza. En la lógica de esa descripción el agua es de origen celeste y sigue un ciclo; cae sobre la tierra como lluvia o nieve, la empapa, la recorre, la germina y termina volviendo de donde vino (Is 55,10-11). Pero, ¿cómo ocurre esto con la Palabra que sale de Dios, el otro punto de la comparación?

La vida de Jesucristo, su origen y retorno al Padre, parece dar cumplimiento a esta figura profética isaiana, al punto de poder decir que Él es la ‘Palabra’ eterna pronunciada por Dios. El Evangelista Juan creyó en esta verdad y por eso convirtió la palabra de Dios, prometida en un modo hebreo (dabar) y narrada por él bajo un ropaje griego (logos), en la portada de su obra dedicada a contar la vida de Jesucristo: “En el principio era la Palabra…” (Jn 1, 1ss).

Paradójicamente en el evangelio que leemos hoy (Mt 1,18-24) la palabra solo es concedida al angel que habla a José en sueños. Todo lo demás es silencio, incluso el contenido de ese mensaje. El nacimiento del Hijo, ‘Palabra’ eterna de Dios, acaece en el más mínimo silencio: en la mente de José y su secreto, en el valiente sí, sin testigos, de la joven virgen y en el silencio absoluto de Belén. Sin embargo todo se cumplió. El silencio no era signo del vacío ni de ausencia de Dios sino la Palabra pronunciándose en acciones, “sin ella nada se hizo” (Jn 1, 3), era agua germinando al modo profético.

Ahora, si el proceder de Dios es Palabra, pues cuando él habla crea, mi acción, y no exclusivamente mis ‘palabras’, también pueden ser diálogo abierto con Él, palabra creadora y, como Él lo ha deseado desde siempre, una conversación. Aunque también, si acallo su voz, puedo convertirme en amante de mis propias palabras o usarlas a mi favor, incluso para ocultar la verdad o, como lo dijera el poeta colombiano Dario Jaramillo, gastar las palabras o envenenar con ellas todo lo que toquen.

Amado Dios,
tu Palabra es creación y Vida caminando con nosotros.
Instrúyenos en el silencio actuante de tu Palabra
al contemplar a tu Hijo responsando en Nazaret.
No queremos que ella vuelva a Ti vacía,
sino plena de nuestra vida transformada por ella.
Amén.