El cristianismo ha sido por más de dos mil años un replicador del mensaje de Jesús, de la buena noticia, al menos eso creemos; el evangelio es claro al decir “tanto amo Dios al mundo que entrego a su hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”, sin embargo, ¿realmente somos mensajeros del Amor?
Es muy extraño ver como Jesús mismo hace alusión directa de como aquellos que se acercan a la luz no serán juzgados, sin embargo, los que se supone estamos “cerca de la luz” somos los primeros en querer actuar como jueces de toda conducta que consideramos moralmente reprochable, sin siquiera atrevernos a pensar en contexto o a buscar el bien de ese a quien juzgamos con vehemencia, se nos olvida ese gran acto de Dios que debería ser ley para nosotros, amar al mundo y darnos, donarnos sin esperar nada a cambio.
Para cada uno de los que vive conmigo, frailes dominicos, nos es relativamente sencillo recordar alguna conversación de carácter teórico de diversas materias de filosofía o de teología que se haya tenido en medio de un almuerzo o de un pasillo; es frecuente que entremos en sanas discusiones sobre la actualidad de un dogma o el aporte que Aristóteles le hizo al tomismo y el tomismo a su vez al humanismo y quien sabe de cuantos ismos más, nos es frecuente hablar. Sin embargo, a veces es difícil recordar una conversación que tenga como centro el amor al mundo, el amor a los que no creen, el amor a los pobres, el amor alguien. ¡nos cuesta hablar de amor!
Dios nos ama sin pedirnos nada a cambio, a pesar de ello, su amor transforma y nos debería transformar; se trata de ese proceso que algunos llaman “cristificación”, de ser otros cristos que sean capaces de darse día a día por amor; pero cuidado, no se trata de un amor cualquiera, se trata de un amor al mundo, del amor que nos presenta hoy el evangelio de Juan, un amor que salva a todo aquel que decide dejarse amar.
Hoy nos corresponde a nosotros hacer vivo el mensaje que Jesús le exponía a Nicodemo, nos corresponde nacer de nuevo para amar, es tiempo de repensarnos y de dejarnos transformar por el Espíritu que será el que poco a poco nos lleve a hablar más de amor, si dejamos que actúe lograremos poco a poco lo que nos es mandado, dejaremos de juzgar y empezaremos a ser más cercanos, seremos por fin, verdaderos seguidores de Jesús, ser verdaderos mensajeros del Amor.