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marzo 24 de 2019  | Por: Javier Silvestre Alvarado • Fraternidad Santa Catalina de Siena / Convento Santo Domingo –Bogotá–

Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos.»
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres. (Salmo 125)

Nos encontramos en el quinto y último Domingo de Cuaresma. Se acerca cada vez más la Semana Mayor, la gran fiesta de nuestra Redención. Precisamente el Evangelio de hoy nos invita a llevar a cabo el mandamiento del amor dado por Jesús a la humanidad frente a un mundo egoísta, desinteresado y acusador. Este es el momento de contemplar a plenitud el proyecto de salvación trazado por Dios antes de todos los siglos en la persona de su Hijo.

Dios ha escogido un pueblo para guiarlo y amarlo. Es ese mismo Dios que ha abierto el camino en el mar y en el desierto para que el pueblo alcance la salvación.  Es ese Dios que sacia nuestra sed de justicia y alabanza, el que nos formó para que proclamáramos sus alabanzas. O acaso, hermanos, ¿no se inquieta nuestro corazón con las palabras del Verbo encarnado que escuchamos en las lecturas de este día? Él quiere saciar nuestra sed, nuestra sed de amor, de justicia y de verdad. Más, ¿cómo sabremos cuál es nuestra verdad y justicia?

En nuestro caminar hacia la meta de Jesucristo nos daremos cuenta que Él es nuestro Verdad. Muchos más, Él es el camino y la vida que conducen a aquella. No obstante, pareciera que el corazón del hombre se ha volcado hacia otro horizonte. Cada día las personas buscan su propio beneficio y pretenden destruir con sus hazañas la vida inocente de otras personas. Las guerras nos circundan, la violencia ha tocado nuestros hogares, los vicios se han impetrado en la vida de nuestros jóvenes, los golpes son ahora el fruto de la deshonestidad e infidelidad.

No es desacertada la figura que nos trae el evangelio de aquella mujer que es acusada por los fariseos y escribas ante Jesús. Ellos afirman tajantemente: “La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?”. Honestamente, ¿no vemos aquí el afán de castigar antes que el de perdonar? Ellos contemplaban un momento para condenar, y distorsionaban la Ley con sus pensamientos viles para poder dar muerte a quien en realidad estaba necesitada de misericordia.

Pero, hermanos, Dios mira el corazón y la mente del hombre. Y nos invita a adentrarnos en nosotros mismos para reconocernos pecadores y necesitados también de su perdón. Nos lleva a proclamar como Pablo que no hay nada comparado con la excelencia y conocimiento de Cristo Jesús. Más aún, nos invita a recorrer un camino de amor y misericordia, y competir contra la justicia terrena. Es propio del cristiano proceder con la fe puesta en Cristo para poder recibir el premio de la resurrección.

Por tanto, como verdaderos hijos de Domingo de Guzmán, corramos al lado de los que sufren, de los tristes y desconsolados, de los pueblos y hermanos que están alejados de la comunión con Dios, de aquellos que son víctimas de la violencia y se encuentran lejos de sus hogares, de los que pasan hambre y sienten en sus cuerpos el frío de la noche cuando no tiene un lugar donde cobijarse. Pidamos a nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, que nos acompañe y muestre el rostro amable de su único hijo, nuestro Señor Jesucristo, para que los acojamos con corazón humilde y podamos juntos decir algún día: el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres.