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Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú y él te daría agua viva

marzo 24 de 2019  | Por: Nora Vargas y Carolina Gómez. Laicas comprometidas Fundación FISDECO / Hnas. Dominicas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús

El evangelio de San Juan nos presenta el encuentro de Jesús con una mujer samaritana.

Inicialmente nos muestra la naturaleza humana de Jesús; cansado y con sed, un Jesús que pasa necesidades al igual que nosotros y que pide ayuda. ¿Cuántas veces nos hemos sentido de esta manera y hemos pedido ayuda o por el contrario ante la necesidad hemos callado y hemos guardado esto para nosotros mismos?

No estamos solos, siempre contamos con un Dios verdadero que está presente en nuestra vida y que pone personas que de una u otra manera nos escuchan, nos apoyan y nos muestran el camino para salir adelante.

Luego nos muestra una mujer samaritana extrañada de que un hombre judío le pidiera de beber, ya que los judíos no se tratan con los samaritanos.

Con esto Juan nos muestra que Dios, es un Dios para todos, que no excluye a nadie, no tiene en cuenta raza, edad, condición social, entre otros.

Ante la extrañeza de la samaritana Jesús le contestó “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú y él te daría agua viva”. Para la samaritana era importante el agua del pozo y podemos imaginar que ella creía que no había algo mejor que el agua de ese pozo y Jesús con esta pregunta le plantea que hay un agua mejor, pero ella aún no tiene el entendimiento y continúa preguntando acerca de esa agua, pues pensaba en el agua física.

Jesús continúa hablando “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”.

¿Y para nosotros qué es el agua viva? ¿Lo mismo que para la samaritana? Es cierto que el agua es necesaria para vivir, nos quita la sed, una sed física, el agua viva que nos da Jesús es esencial para nuestra vida espiritual, esta agua es la gracia de Dios, un don divino que nos hace verdaderos hijos de él y herederos de la vida eterna.

En este tiempo de Cuaresma estamos invitados a beber el agua viva, escuchando la Palabra de Dios, acercándonos cada vez más a nuestros hermanos, siendo fuente de bendición para los que nos rodean, al igual que la samaritana se convirtió en una bendición para aquellos donde ella vivía.

Como laicos comprometidos estamos llamados a ser fuente de agua viva para aquellos que tienen sed de Dios, para aquellos que no le conocen, para aquellos que por diversas circunstancias se han alejado de Él, para aquellos que han perdido la fe.

Desde nuestras familias seamos ejemplo y fomentemos en ellas esa sed de Dios; orando juntos como familia, participando de la Eucaristía, dando testimonio del amor de Dios, mostrando un Dios que vive dentro de cada uno de nosotros y que satisface nuestras necesidades. 

Seamos agua viva que refresca y renueva la existencia de nuestros hermanos.