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Testigos del camino que retorna a Dios

|  marzo 06 de 2019  | Por: fr. Raúl Gómez Sánchez, O.P. • Promotor de Familia Dominicana

Hemos nacido en la Iglesia para perpetuar en cada tiempo y lugar la misericordia que Dios nos ha tenido por medio de la Encarnación del Verbo Eterno. A lo largo de ocho siglos, la Familia Dominicana en la diversidad de sus obras apostólicas se ha apasionado por llevar a todo hombre y mujer los rayos esplendorosos de la Palabra hecha carne, de tal forma que salte a la vista la dignidad de lo humano, del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,27). Precisamente por esto nuestra predicación posee naturalmente la posibilidad de engendrar esperanza donde aparece la decepción sobre el hombre caído a causa del pecado. Los hijos de Domingo pueden ver, entonces, la originalidad a la que todo hombre puede llegar por Jesucristo, Dios cercano, el Emmanuel.

Al ser Jesús el camino que muestra el retorno al Padre (Jn 14,6) y quien devela el verdadero misterio del hombre (GS 22), nos convertimos en predicadores de esa vuelta a Dios, impulsadores de esa búsqueda insaciable del hombre hacia su principio, sobre todo cuando su intelecto y su voluntad se encuentran oscurecidos por la ruptura con su propia autenticidad. De aquí que la Familia Dominicana encuentre en la Cuaresma un tiempo privilegiado para anunciar con voz potente el retorno a la plenitud humana, a la altura de Cristo (Ef 4,13). En la Cuaresma recordamos al viejo Adán que, perdiendo el paraíso, se pone en camino hacia el nuevo Adán con el fin de recuperar la esperanza.

Este regreso a Dios viene en auxilio de las dimensiones más profundas del hombre afectado por el pecado: de su intimidad personal, desequilibrada por el autodeterminismo y hedonismo exacerbado; de su comunión con los demás, herida por el individualismo y el egoísmo; de sus relaciones con la creación entera, tornadas en acciones injustas de explotación y destrucción. En todo esto, nuestra Familia ha de ser portadora de sentido, primero al interior de ella misma, para cada uno de nosotros, sus miembros, y luego, para el mundo que amerita una respuesta nuestra ante sus crisis epocales.

Así pues, en esta Cuaresma, aparece la oportunidad, en primer lugar, para crecer como cristianos dominicos hacia la perfección de nuestra opción de vida, como laicos, hermanas, monjas y frailes, siempre en virtud de la utilidad a la salvación de las almas. En segundo lugar, es la ocasión para permanecer unánimes y “Reunidos en Comunión” en la predicación, siendo germen de unidad en la diversidad para el mundo que a veces se ve resquebrajado por las contiendas sociales. Y finalmente, en tercer lugar, para volver nuestra mirada hacia la casa común y promover su cuidado como consecuencia de las nuevas relaciones que Cristo, el Verbo Encarnado, establece con todas las cosas por Él creadas.

¡Con estos sentimientos de comunión, atrevámonos a ser testigos de Cristo, El Camino que retorna a Dios!


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