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Adviento, un tiempo para levantar la mirada

|  diciembre 06 de 2020  |

¡Apreciados hermanos! Hemos finalizado la primera semana del tiempo de Adviento envueltos en una serie de anuncios de corte científico que causan alegría a toda la humanidad. Dos grandes compañías farmacéuticas han desarrollado una vacuna contra la Covid 19 que ha demostrado tener un 90% de efectividad. Esta noticia es motivo de esperanza para nuestro mundo atormentado por las consecuencias fatales de esta penosa pandemia.

Por su parte, la Liturgia que nos propone la Iglesia durante este tiempo nos invita a levantar la mirada hacia un nuevo horizonte, sin desconocer que Dios se manifiesta en los signos que diariamente se nos presentas, puesto que como dice el profeta Isaías: Aquí está vuestro Dios.

Levantar la mirada hacia un nuevo horizonte no es otra cosa que volver nuestros ojos hacia Jesús, el hijo de Dios. Adviento es un tiempo que nos enseña a mirar a Jesús. Al igual que el austero Juan Bautista, Adviento tiene como único propósito preparar en nosotros los ojos del alma para ver en aquel dulce niño del pesebre la grandeza de un Dios-humanado.

El Bautista centró su predicación preparatoria a la llegada del Mesías en el pecado y la confesión, invitando al pueblo a convertirse, a realizar una metanoia. Esta conversión a la que invita el profeta del desierto puede comprenderse como una metamorfosis virtuosa del comportamiento, pero comprender solo de esa manera la conversión, si bien nos ayuda a mejorar nuestra imagen frente a los demás, sigue siendo insuficiente al momento de dirigir nuestra mirada hacia Jesús, el Mesías. Es por ello que el bautismo de Juan con las aguas del Jordán solo podía penetrar la realidad corpórea de aquellos de su tiempo, pero no penetraba la interioridad del corazón humano. Eso lo reconoce el Bautista, sabe que su papel de precursor del Mesías consiste en ayudar a disponer los corazones de aquellos que quieren ver al Señor, de aquellos que anhelan verdaderamente que Dios penetre hasta lo más profundo de sus vidas. No basta con vociferar que el Señor ya viene, es necesario dejarse abrazar por el Espíritu, ese es el nuevo Bautismo y Juan lo sabe.

En muchas ocasiones nuestra Iglesia nos pone demasiado a la vista el tema del pecado, cuando en realidad nuestra mirada debe estar dirigida solo a Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Adviento nos ayuda a redireccionar nuestra mirada hacia el nuevo horizonte, que no es otro que Jesús y su Evangelio. Así como la noticia de una vacuna que puede contener los efectos nefastos de este virus en nosotros, Adviento nos recuerda que nuestro Dios se ha encarnado en el seno de una mujer, que ha nacido en un pesebre humilde, crecido en medio de una familia, ha padecido el dolor y la muerte en un madero, pero ha resucitado para concedernos vida, y vida en abundancia, y que ha subido al cielo con la promesa de volver nuevamente y otorgarnos la gracia de poder contemplar su rostro. Aunque el Adviento nos prepara para el nacimiento de un niño, no nos nubla la vista frente al suceso escatológico de la venida del Señor.  

Mirar a Jesús, no es otra cosa que abrir el corazón, ese que a veces se encuentra enceguecido por las banalidades de este mundo, que no se deja interpelar por las realidades que lo circundan, pobreza, dolor, hambre, desesperación, destrucción de la naturaleza, entre tantas otras realidades que deshumanizan el corazón de los seres humanos. Un corazón que olvida que es eternamente amado por un Dios que decidió encarnarse para que el mundo pusiese sus ojos en Él.

Juan ha sido considerado como el modelo del Adviento, pero tú y yo también podemos convertirnos en precursores del Reino de Dios. No debe bastarnos con hacer lindos sermones y conseguir regalos y cosas materiales para quienes consideramos los necesitan, es necesario encarnar en la vida de cada uno lo que anunciamos, y como Juan, reconocer que lo que hacemos tiene una única finalidad: Ayudar a los demás a preparar sus corazones para la venida del Señor, a direccionar la mirada hacia ese nuevo horizonte que es Jesús, el Verbo encarnado. En la medida en que ayudamos a preparar el corazón de los que se encuentran a nuestro lado, vamos también nosotros preparando los nuestros para recibir al Señor.

Así pues, el Señor nos pide hoy no desatarle sus sandalias, puesto que sabe que nos quedaríamos eternamente mirándole los pies, más bien quiere que alcemos la cabeza y pongamos nuestra mirada en su rostro, ese que podemos encontrar en los hermanos, en los más necesitados, en los pobres y sencillos. El tiempo del Adviento es el tiempo propicio para aprender a estirar el cuello, agudizar nuestros ojos y abrir el corazón al niño del pesebre, al Dios-con-nosotros.


Fray José Ángel Vidal Esquivia, O.P.

  • Segundo año de Filosofía.
  • Cursa cuarto semestre de Licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad Santo Tomás

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