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Fray Gerardo Bermúdez, O.P.

Fraile cooperador de la orden de predicadores (1925-2020)

|  junio 18 de 2020  | Por: Fray. pedro díaz, O.P. | 

Fuera de lo acostumbrado, ingresó a la Orden entrado en años y salió de este mundo hacia la casa del Padre, bastante mayor y con el consuelo sacramental acostumbrado, desde su habitación conventual, como lo había deseado.

Nacido en Pereira, mucho antes de que el viejo Caldas fuera  fraccionado en tres departamentos, el 9 de junio de 1925; era el mayor de cinco hermanos, criados en el hogar de  Domingo y Efigenia, quienes vivieron en la vereda La Montaña, dedicados a las labores  propias de la región cafetera, en tiempos de la violencia que azotó gran parte del país. Mantuvo ese arraigo cafetero, puesto que, desde niño hasta sus últimos días, acostumbró a degustar el sabor del  tinto mañanero.

Desde joven había desempeñado distintos oficios en su ciudad natal y en los  pueblos vecinos. Después de que su familia emigró a la ciudad de Manizales se inició en los asuntos básicos de la enfermería en el Hospital de San Jorge de Pereira, donde se desempeñó como enfermero y en otros oficios, ejerciéndolos igualmente en los hospitales de Anserma Nueva y Marsella.

Fue iniciado en el conocimiento de la Orden Dominicana por las Hermanas Dominicas de la Presentación de la Virgen María, quienes, reconociendo  su índole piadosa y servicial, lo relacionaron con los padres dominicos que, ocasionalmente transitaban por algunos pueblos de la región para predicar misiones parroquiales y solemnizar la práctica devocional de las “cuarenta horas”. Guiado por el Padre Vicente Torres, viajó a Bogotá para iniciar el postulantado, como primera etapa de preparación para su ingreso a la comunidad. La altura de Bogotá y el frío sabanero no fueron propicios a su entusiasmo vocacional, porque a los ocho meses de internado se enfermó y tuvo que regresar a Marsella  donde pudo retomar sus labores de enfermería y seguir cultivando sus propósitos vocacionales, a la edad de 25 años.

En enero de 1955 regresó a Bogotá y se presentó ante el Prior Provincial, Fr. Alberto Ariza, para expresarle su deseo de ingresar al noviciado, donde fue admitido, con la vestición del hábito dominicano, el día primero de febrero de  ese año, bajo la dirección del maestro de Novicios, Fr. Salvador Sánchez. Cumplido el año canónico acostumbrado, hizo profesión temporal  para hermano cooperador, el 2 de febrero de 1956, consagración religiosa que renovó a los tres años por otro periodo igual, para luego hacer la profesión perpetua, el 2 de febrero de 1962. Fue compañero de  noviciado de Fray Marco Antonio Peña Salinas, Fray Jorge Hernando Murcia Florián y Fray José Horacio Cardona Valencia, quienes eran menores que él  en edad, por lo cual le decían cariñosamente “el viejo”. 

Hasta esos años del Concilio Vaticano II, los hermanos cooperadores  vestían  la túnica blanca, como los demás frailes, pero se distinguían de los clérigos por  el escapulario y la capilla de color negro.  Ellos rezaban el Rosario y el Oficio Parvo de la Virgen María, en español,  mientras que los clérigos rezaban el Breviario en latín. Cooperaban en distintas labores en los conventos y parroquias y atendían a la gente que acudía a las porterías y despachos parroquiales, desde donde ejercían un apostolado catequético y de apoyo a los más pobres y necesitados.

Fray Gerardo cultivó el gusto por la música y aprovechó su estadía en Chiquinquirá para aprender a tocar el armonio y el órgano bajo la dirección del organista de la Basílica quien lo instruyó y también  lo ayudó a cultivar sus dotes de compositor de melodías  populares para animar las fiestas en honor de San Martín de Porres, de quien fue devoto perseverante y promotor de su devoción en los distintos lugares donde desempeñó su ministerio hasta el final de sus días, mientras tuvo salud.

En varias ocasiones estuvo asignado a las misiones del Catatumbo, tanto en Tibú como en Campo Dos, así como en Cúcuta, donde promovió la devoción a la Virgen mediante el rezo del Rosario y a San Martín con la celebración de su novena y fiesta, y la organización de los mercados, con la canasta de  San Martín, para ayudar a los más pobres de cada sector, quienes con aprecio y gratitud lo recordarán mucho.

También estuvo  asignado al convento de Santo Domingo de Bogotá, a Cali, a Villa de Leyva y Bucaramanga, donde vivió experiencias que solía recordar con alguna frecuencia. Sus últimos años los vivió en el Convento de San José de Bogotá y se desempeñó como hospedero, enfermero, promotor de la devoción a San Martín de Porres y dedicado a la atención de los pobres, tanto del sector de la Parroquia y de Pardo Rubio, como de algunos sectores del sur de la ciudad a donde iba en ocasiones a llevar mercados para los pobres y regalos para los niños, especialmente en la época cercana a la Navidad.

El anecdotario de su vida es amplio y variado, pero bástenos resaltar que su caminar lento y algo inseguro se debía a las secuelas de dos accidentes automovilísticos sufridos en las carreteras: uno en la vía a Chiquinquirá y otro en cercanías de Tibú, así como a las consecuencias de las respectivas cirugías y su regular convalecencia.

Cultivó con esmero el espíritu de oración personal y comunitaria, la observancia de las normas y costumbres sanas, el respeto y la obediencia a la autoridad; fue siempre  buen lector, tanto a nivel personal como al servicio de la celebración litúrgica; mantuvo buen timbre de voz y la disposición para el canto; fue  buen conversador y de ánimo festivo, a la vez que controversial; se mantenía bien informado a través de la radio,  la televisión y alguna revista. Supo armonizar la autonomía personal y las inconformidades particulares, con la obediencia y las buenas relaciones con sus hermanos, así como  su ánimo festivo y discrepante, con el buen uso del lenguaje y las buenas maneras.

Afrontó con fortaleza evangélica y perseverancia las limitaciones de distinta índole hasta que su salud fue decayendo, pero terminó muy bien atendido por la empresa de salud a la que la comunidad lo tuvo afiliado, con el esmerado cuidado del servicio de enfermería y el aprecio de los frailes conventuales y de la Provincia.

Que sea valioso intercesor ante Dios por sus hermanos y sus pobres, y que su recuerdo suscite nuevas vocaciones para el servicio del Evangelio.


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