Sociedad para diferentes
| noviembre 02 de 2021 • Fray Rodolfo Toro Gamba, O.P. |
Es normal ir al supermercado y encontrar en cada estante, en cada hilera, productos similares y a su vez, completamente distintos entre sí; así como un cereal es similar a otro aunque distinto por su marca o etiqueta, es un producto completamente distinto a una llanta de automóvil que se vende en el stand del lado. Esto es un simple ejemplo que denota la diferencia entre artículos que se localizan en un lugar común, el supermercado.
Ahora bien, hallarnos en una sociedad como individuos implica encontrarnos con una diversidad cultural, sexual, funcional, lingüística, étnica, religiosa, entre otras. Toda esta diversidad trae consigo una riqueza porque permite reconocer que cada persona es alguien completamente distinto a mi y que tiene mucho que aportar a mi vida, a mi conocimiento y a mis realidades. Sin embargo, no todo termina siendo completamente bueno cuando dentro de la sociedad llena de distinciones aparece la discriminación por alguno de los factores que se han mencionado con anterioridad.
Esto es, que se desdibuja la riqueza de la diferencia cuando en la sociedad aparece todo sinónimo de discriminación, como la segregación, marginación, exclusión, relegación, entre otros. En otras palabras, cuando no acepto la diferencia del otro y no soy capaz de distinguir entre su valor como persona y sus posturas personales terminando muchas veces en la agresión a través de las redes sociales, e incluso la agresión física.
No porque seamos diferentes en cuanto a posturas políticas o religiosas quiere decir que no seamos personas con igual dignidad, iguales derechos y con iguales deberes, sino que lo que se plantea es que esta diferencia nos lleva a tomar estilos de vida completamente distintos pero respetables en la medida en la que mis derechos no violentan los derechos del otro, pero mis deberes ayudan a la construcción de la sociedad.
Nos situamos en lo que podría denominarse como la sociedad del descarte, en la que lo que no nos sirve, nos incomoda y si nos incomoda, nos estorba, y porque nos estorba lo desechamos; y esto puede pasar con el otro, en el que se puede decir que “tu ideología me estorba, pero también me estorbas tú”.
También es necesario reconocer que en muchas ocasiones somos nosotros mismos quienes queremos “marcar la diferencia” es decir, queremos ser diferentes, tenemos el afán de ser reconocidos por alguien y aceptados por un grupo en particular, y es lo que se presenta en lo que se han denominado las culturas urbanas, en las que se busca marcar una diferencia que me represente siendo aceptado por un grupo en particular, pero en la que se corre un grave riesgo y es de querer ser aceptado y que mis ideas sean aprobadas, pero aquel que piensa diferente a mi es un retrogrado y también me estorba.
De esta manera nos encontramos entonces un enfoque distinto, querer que mi diferencia sea aprobada, rechazando a todo aquel que piensa distinto a mí, por lo que de nuevo caemos en la cultura del descarte, y en la que queremos desechar aquello que nos estorba y que nos impide ser diferentes.
Entonces ¿cómo hacer para aceptar la diferencia?, en primer lugar, hay que identificar si lo que nos molesta es una postura social, política, económica, etc. O si lo que nos molesta es la persona en sí por pensar distinto. Seguido de esto, es necesario reconocer que la diferencia nos enriquece, por lo que hay que hablar de la tolerancia, pero no una tolerancia indiferente, aceptando que el otro piensa distinto a mí, pero irrespetando y minusvalorando su identidad o su dignidad.
Debemos reconocer como en el evangelio Jesús se encuentra con la samaritana, una mujer, de otra cultura con quien entabla un diálogo sin importar esas distinciones. Lo anterior para afirmar que la tolerancia del cristiano reconoce la dignidad y la bondad del otro, que es mi hermano. Es importante recalcar en que, aunque hay cuestiones con las que no estemos de acuerdo, pero entre las cuales es nuestro deber encontrar puntos de diálogo para el encuentro, reconociendo que a pesar de nuestras diferencias somos hermanos y podemos convivir y trabajar juntos por sueños compartidos.
Pensemos entonces ¿Cómo puedo encontrar puntos de diálogo con alguien que piensa distinto a mí? O ¿cómo dialogar con el que piensa distinto a mi sin intentar convencerlo de que mi
postura es la correcta? ¿Cómo vincular este mismo dialogo con personas con discapacidades y como encontrar un punto de convergencia para ayudarnos y vivir juntos?
Por: Fray Ramiro Alexis Gutiérrez, O.P.
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