¿Debe un laico intervenir en política? ¿Cómo?
Acción eficaz y testimonial para la salvación y el bienestar integral del ser humano
| julio 22 de 2020 | POR: FRAY Fabián Leonardo Rueda Rueda, O.P. |
La Iglesia puede concebirse, entre muchos otros aspectos, como un actor social y político dentro de un estado o como promotora de cosmovisiones, ideas e imaginarios colectivos. Todas estas lecturas de la Iglesia son válidas desde distintas disciplinas. La misión de evangelización eclesial se desarrolla de múltiples maneras: las misiones, la catequesis, las celebraciones litúrgicas y los sacramentos, la educación en la fe y en la moral, la caridad y la solidaridad, la formación y animación de comunidades parroquiales, comunidades religiosas, movimientos laicales, etc. Todas estas formas en las que la Iglesia adelanta su misión de evangelización tienen un carácter público y, por ende, presentan una dimensión política.
Para Yves Congar (1964), la Iglesia debe procurar la formación y la salvación del hombre completo, “Este hombre cristiano, diseminado y dispersado en la comunidad más amplia del mundo, desempeña en el mundo el papel de fermento, y realiza en él la influencia del Evangelio y lo que puede llamarse el papel de cristofinalización de la civilización humana. Hace esto poniendo por obra energías y convicciones recibidas en la Iglesia, pero interiorizadas y personalizadas en las conciencias. Y estas convicciones y energías pueden, en estas condiciones, entrar en cooperación con otras convicciones y otras energías espirituales humanas, que permitan a los católicos ser colaboradores posibles en la obra temporal de la sociedad humana, y hacer sentir en esta obra, sin clericalismo, una influencia cristiana muy real” (p. 367). La Iglesia, por la acción de los bautizados en las dinámicas del mundo, puede efectuar su misión de salvar al hombre integral en las dinámicas propias de las acciones temporales, sociales, políticas y gubernamentales principalmente a través de la acción del laico, el cual, después de haber sido formado convenientemente en la fe, impregna en las estructuras del mundo, los valores evangélicos para el bien del hombre.
La Constitución Pastoral del Concilio Vaticano II Gaudium et Spes afirma: “la Iglesia, que en razón de su misión y de su competencia, no se confunde en manera alguna con la sociedad civil ni está ligada a ningún sistema político determinado, es, a la vez, señal y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana” (GS 76). La acción del cristiano debe orientarse no a la adhesión ciega de uno u otro sistema político o social. Su horizonte es el cuidado y la defensa de la dignidad de todas las personas, en concordancia con la intencionalidad divina que afirma la salvación y el conocimiento de la verdad de todos los hombres (Cf. 1Tm 2, 4). Por esto, el mismo documento continúa afirmando: “la comunidad política y la Iglesia son, en sus propios campos, independientes y autónomas la una respecto a la otra. Pero las dos, aun con diverso título, están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres” (GS 76).
La procura del bien integral de las personas es el fundamento de la acción del laico dentro de los ambientes políticos y sociales como ciudadano y como creyente. La Iglesia está llamada a acoger las enseñanzas de Cristo quien toma postura en favor de la persona y su integridad, por el ser humano multidimensional y su relación con los demás. En efecto, para el Señor, por encima de cualquier mandato, ley o estatuto, se encontraba la dignidad de la persona humana. Esta prioridad es la que debe tomar el bautizado y la que debe testimoniar en los diversos ambientes sociales en los cuales se encuentra inmerso.
Así las cosas, es preciso afirmar que los laicos, parte integral del Pueblo de Dios, orientan su acción a la salvación integral del ser humano, lo cual incluye necesariamente, el aspecto comunitario, social, político, económico, cultural, etc. En cuanto a lo político, el laico es un actor imprescindible que puede apoyar procesos concretos que se encuentren orientados a mejorar los problemas sociales que se perciben en la actualidad: la brecha entre ricos y pobres, la marginación, la exclusión, la violencia, el maltrato al medio ambiente, la injusticia, la corrupción, etc. En este sentido, el Decreto Apostolicam Actuositatem resalta que “los católicos preparados en los asuntos públicos y firmes como es debido en la fe y en la doctrina católica, no rehúsen desempeñar cargos públicos, ya que, por ellos, bien administrados, pueden procurar el bien común y preparar al mismo tiempo el camino al Evangelio” (AA 14). El hecho de encarnar el Evangelio a las diferentes dimensiones de la vida en la sociedad, a través de acciones políticas, puede ayudar a que la sociedad mejore considerablemente.
Los laicos, dentro de la particularidad que tienen en las dinámicas evangelizadoras de la Iglesia, pueden formar parte de las estructuras políticas que sostienen las sociedades actuales. Aún más, los mandatarios católicos deberían distinguirse por encarnar, dentro del ejercicio de su acción, los valores propios del evangelio, aplicando en sus quehaceres propios la manifestación concreta de las bienaventuranzas y el espíritu de justicia, de amor, bondad, transparencia y respeto, por encima de las estructuras de pecado que comúnmente se construyen en las estrategias y las actividades políticas de nuestros pueblos.
Ahora bien, es preciso aclarar lo siguiente: la acción ciudadana de todo miembro de la sociedad no excluye la vivencia evangélica que el laico está llamado a vivir. Es decir, los laicos que intervienen en política no son sólo aquellos que se encuentran en cargos públicos y en puestos de gobierno como tal. Todo bautizado tiene el deber de velar por el mejoramiento de la sociedad y la comunidad en que se encuentra. En este orden de ideas, Apostólicam Actuositatem continúan insistiendo que la acción social pública de la Iglesia se sitúa, desde el punto de vista del apostolado, de manera privilegiada en los laicos: “el apostolado en el medio social, es decir, el esfuerzo por llenar de espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en que uno vive, hasta tal punto es deber y carga de los seglares que nunca lo pueden realizar convenientemente otros” (AA 13).
La acción ciudadana del laico no compite ni riñe con la vivencia de la fe. Por el contrario, es el laico quien debe testimoniar una trasparencia y una conciencia al momento de elegir a sus gobernantes, en las actitudes sociales, dentro del ejercicio de una acción comunitaria dentro de su familia, barrio, vereda, sector, parroquia, etc. En últimas, el bautizado tiene el deber de colaborar en la construcción del Reino de Dios, para que el mundo pueda ver con más claridad cómo Cristo se sigue manifestando con amor en el ejercicio de la vivencia social de los hombres y mujeres que creen en Él.
Referencias
Congar, Y. (1964). Sacerdocio y Laicado. Barcelona: Estela.
Pablo VI (2006). Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy Gaudium et Spes. Bogotá: San Pablo.
Pablo VI (2006). Decreto sobre el apostolado de los seglares Apostólicam Actuositatem. Bogotá: San Pablo.
Sigla usada en este artículo
AA: Decreto del Concilio Vaticano II Apostolicam Actuositatem
GS: Constitución pastoral del Concilio Vaticano II Gaudium et Spes
Por: Fray José Ángel Vidal, O.P.
Te invitamos a conocer Optantes 2.0 haciendo clic aqui: