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¿Cómo se forman los laicos? 

Consciencia del amor de Dios en la Iglesia y en el mundo

|  julio 01 de 2020  | POR: FRAY Fabián Leonardo Rueda Rueda, O.P. | 

Junto a las reflexiones de Yves Congar, se ha conocido la realidad y la relevancia del laico en la actualidad, redescubriendo su vida y misión como miembro del Cuerpo de Cristo. Ahora reflexionaremos sobre la razón de ser y el fin de su formación dentro de la comunidad de bautizados. En efecto, al fiel en la Iglesia se le capacita para el apostolado tanto en los ambientes eclesiales como en las realidades contextuales dentro del mundo. El decreto Apostolicam Actuositatem nos recuerda que “el apostolado solamente puede conseguir su plena eficacia con una formación multiforme y completa. La exigen no solo el continuo progreso espiritual y doctrinal del mismo seglar, sino también las varias circunstancias de cosas, de personas y de deberes a que tiene que acomodar su actividad” (AA 28).

El laico está llamado, junto con el resto del pueblo de Dios, a la edificación del Cuerpo de Cristo, en orden a la santificación de las estructuras y las realidades humanas: “todo laico debe ser ante el mundo testigo de la resurrección y de la vida de nuestro Señor Jesucristo y signo del Dios vivo” (LG 38) La Iglesia debe garantizar al pueblo fiel una formación integral para que el bautizado lleve a cabo, de la mejor manera, su misión de santificación en el mundo, esto es, la acción del apostolado laical. De igual forma, todos los fieles están invitados a participar de las celebraciones sacramentales y se encuentran inmersos en los ambientes litúrgicos de la Iglesia. La formación del Pueblo de Dios debe estar dirigida también al fortalecimiento espiritual, litúrgico y celebrativo de todos los bautizados, de forma que cada uno viva en comunidad lo que celebra y participe plenamente de la gracia.

La Constitución Dogmática Lumen Gentium afirma: “los laicos, como todos los fieles cristianos, tienen el derecho de recibir con abundancia de los sagrados Pastores, de entre los bienes espirituales de la Iglesia, ante todo, los auxilios de la Palabra y de los sacramentos” (LG 37) La formación, dentro de los ambientes eclesiales se constituye en elemento de vital importancia para el cumplimiento de la misión evangelizadora. Podemos distinguir por lo menos dos énfasis concretos, relacionados con la importancia formativa de los miembros del Cuerpo de Cristo: en primer lugar, la Iglesia está llamada a orientar al bautizado en su quehacer como habitante del mundo, de manera que pueda iluminar las estructuras sociales, en un proceso de maduración en la fe. (AA 29) En segundo lugar, los pastores y los mismos líderes laicos deben propiciar una vivencia eclesial del acontecimiento pascual como fuente de salvación, de manera que el bautizado se sienta amado, creado y salvado por Dios. El decreto Apostolicam Actuositatem afirma que el laico “ha de aprenderá cumplir la misión e Cristo y de la Iglesia, viviendo de la fe en el misterio divino de la creación y de la redención, movido por el Espíritu Santo” (AA 29)

El cristianismo no nace a partir de una doctrina o de un sistema de ideas impuesto a un grupo de personas. Lo que impulsa a los primeros cristianos a dar su vida por la causa del evangelio para su salvación y la del mundo es la experiencia de la resurrección de Cristo en medio de una comunidad iluminada por el Espíritu Santo y fortalecida con el amor del Padre celestial. La vivencia del misterio Pascual debe ser experimentada por los miembros de la Iglesia. Por ello, la formación laical no solo es el compendio doctrinal que ha de ser aprendido por los cristianos. La Iglesia debe propiciar espacios de formación en donde el fiel pueda experimentar el amor de Dios en su vida. A partir de la experiencia comunitaria de la bondad divina, la persona puede acercarse a los contenidos que fundamentarán su fe y su experiencia. “Ya que la formación para el apostolado no puede consistir en la mera instrucción teórica, aprendan poco a poco y con prudencia (…) a verlo, a juzgarlo y a hacerlo todo a la luz de la fe, a formarse y perfeccionarse a sí mismos por la acción con los otros y a entrar así en el servicio laborioso de la Iglesia” (AA 29).

Los miembros de la comunidad eclesial viven sus experiencias cotidianas de familia, trabajo y sociedad, dentro de estructuras políticas, económicas, culturales y religiosas concretas. En este sentido, la formación del laico se integra en la experiencia vivencial del acontecimiento pascual y la fundamentación teórica de los contenidos de la fe, lo cual le permite compartir su fe de palabra y de obra, santificando las realidades en las que se encuentra. También el bautizado debe celebrar su fe, está llamado a vivificar el espíritu en compañía de los demás miembros de la comunidad. Su participación en los ambientes litúrgicos le permiten experimentar más de cerca el amor de Dios. La vivencia comunitaria de los sacramentos se constituye en un ambiente privilegiado para la recepción de la gracia divina que orienta a las personas por el camino de la salvación. La vivencia plena de las manifestaciones divinas en la liturgia y en los sacramentos se realiza en el creyente, de manera plena si éste es consciente de lo que vive, de lo que celebra y de lo que debe compartir con las personas. Por esto, la formación laical también está ordenada a la experiencia pascual en ambientes litúrgicos, de manera que el fiel sea un agente activo y consciente en las dinámicas celebrativas.

La formación laical no está ordenada solo a la capacitación operativa de los ministros bautizados. Los ambientes formativos dentro del ámbito eclesial deben orientarse, en primer lugar, a propiciar en los fieles un encuentro vivencial con la Persona de Cristo, de manera que haya una transformación integral del cristiano. A partir de esta vivencia concreta del amor de Dios por Cristo con la Gracia del Espíritu Santo, se puede afirmar una formación doctrinal, celebrativa, litúrgica y comprometedora. Los cristianos no son funcionarios dentro del contexto comunitario, son testigos de la resurrección y portadores activos de la gracia divina, que debe darse a conocer no solo de palabra, sino también y principalmente, de obra.

Referencias

Pablo VI (2006). Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium. Bogotá: San Pablo.
Pablo VI (2006). Decreto sobre el apostolado de los seglares Apostólicam Actuositatem. Bogotá: San Pablo.

Siglas utilizadas en este artículo
LG: Constitución Dogmática del Concilio Vaticano II Lumen Gentium
AA: Decreto del Concilio Vaticano II Apostolicam Actuositatem


Por: Fray José Ángel Vidal, O.P.



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