¿Se puede decir que los laicos tienen vocación?
El llamado de los fieles en la edificación del cuerpo de Cristo en el mundo
| junio 17 de 2020 | POR: FRAY Fabián Leonardo Rueda Rueda, O.P. |
Al iniciar esta reflexión, es importante tener en cuenta cuál es la misión de la Iglesia, para profundizar, desde este presupuesto, la actividad del laico en dicha misión. En efecto, el quehacer del Cuerpo de Cristo es anunciar el mensaje evangélico e impregnar y perfeccionar dicho mensaje en la historia para la salvación de las almas. La acción eclesial, entendida desde las Sagradas Escrituras, se presenta como un mandado del mismo Señor a los apóstoles: “como mi Padre me ha enviado, así os envío a vosotros” (Jn 20, 21). Para Congar (1965), esto se constituye en un derroche de amor por parte del Señor. El teólogo dominico afirma: “esta especie de cascada de misión es también, de forma equivalente, una cascada de amor. Porque el envío del Hijo por el Padre al mundo es un acto de amor” (p. 427). La Iglesia prolonga la misión de Cristo, y la acción de Cristo no es otra que salvar y liberar: “el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10).
La comunidad creyente mantiene su ser y cumple el encargo dado por Cristo, con la ayuda de una variedad de ministerios y los carismas del Espíritu Santo. Cada uno de los fieles tiene una serie de carismas espirituales, los cuales son puestos al servicio de la comunidad con el fin de llevar a cabo la misión encomendada a la Iglesia. Todos los bautizados son llamados, por igual, a la santidad, o como lo expresa Congar (1965), “los laicos están llamados al mismo fin que los clérigos y los monjes, a saber: el goce de la herencia de hijos de Dios” (p. 38). Los laicos siguen perteneciendo a su entorno antropológico y social y allí cumplen su misión bautismal en orden a la santidad propia y de toda la Iglesia.
Los laicos tienen un llamado especial y muy importante dentro de la edificación del cuerpo de Cristo, ayudando a santificar a las personas que tienen contacto con ellos: desde sus hogares, sus trabajos, sus oficinas, sus cargos públicos y sus realidades concretas. Ellos trasparentan el amor de Dios para con la humanidad, a través del testimonio de una vida recta, orientados a la búsqueda de la verdad y anunciando con palabras y acciones el mensaje redentor. La acción laical en el mundo se puede orientar a lo que Congar (1964) llama misión de agape, es decir, de eficacia en la caridad, realidad que se evidencia en el apostolado de los laicos dentro de sus contextos cotidianos.
Si la misión de la Iglesia es salvar, el grupo de los laicos ejercen esta tarea tanto en lo espiritual, como en lo material. A esto se refiere Congar (1964) cuando afirma, en tono exhortativo: “Observad cómo, desde que la Iglesia existe, se dedica a cuidar no sólo de las almas, sino de los cuerpos, a salvar, en cualquier parte, lo que se pierde; observad cómo funda orfelinatos, leproserías, escuelas... Observad cómo, en todo esto, su ley es, ciertamente, la de ser lo más eficaz posible” (p. 14).
La vocación del fiel cristiano está fundamentada en una realidad sacramental: la del bautismo. A partir de la vivencia bautismal, el laico no solamente está llamado a la santidad, sino que también tiene la responsabilidad de ayudar a salvar al prójimo. A partir de una concepción positiva del mundo, la Iglesia reconoce más integralmente el valor de la acción laical en contextos concretos (sociales, culturales, históricos, laborales, etc.). Congar (1964) profundiza lo anterior con las siguientes palabras: “Hay algo que caracteriza la acción apostólica de los laicos, y cuyo valor es evidente: la acción del testimonio en las mismas instituciones y en la misma lengua de los hombres, acción por influencia, sin pretensiones de autoridad. Lo que se expresa y pasa en la verdad y la familiaridad humanas de estructuras naturales comunes, que sólo se distinguen por su mayor autenticidad humana, tiene, para los hombres, una eficacia y un alcance sin rival” (p. 256) El bautizado tiene la misión de ungir las realidades sociales con el Espíritu Santo que ha recibido. De esta manera, mediante el testimonio de vida cristiana, las estructuras humanas se impregnan de la realidad espiritual, para que se desarrollen en ambientes de justicia, verdad, respeto y solidaridad, procurando la construcción del Reino de Dios.
Finalmente, teniendo en cuenta que los laicos, a partir del bautismo son llamados a la misión de consagrar el mundo, también adquieren una responsabilidad como agentes activos de la acción de Dios en la realidad que viven. Congar (1965) afirma: “su condición es la de perseguir y obtener este fin [el de la salvación] comprometidos en la marcha del mundo, en las realidades de la primera creación, en las circunstancias, etapas y medios de la historia” (p. 38). La salvación y la construcción del Reino se realiza prolongando la obra de Dios en medio de las vicisitudes de la historia.
La conciencia de la vocación laical es una realidad esencial para la Iglesia y el cabal cumplimiento de su misión. En otras palabras, “para que la Iglesia pueda alcanzar la plenitud de su misión, según los designios de Dios vivo, debe abarcar a los laicos, es decir, a los fieles que realicen la obra del Mundo y consigan su último fin estando consagrados a la obra del Mundo” (Congar, 1965, p. 38). Por lo tanto, la pregunta sobre la vocación de los laicos tiene una respuesta claramente afirmativa.
Referencias
Congar, Y. (1965). Jalones para una teología del laicado. Barcelona: Estela. 3ra edición.
Congar, Y. (1964). Sacerdocio y laicado. Barcelona: Estela.
Por: Fray José Ángel Vidal, O.P.
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