Dies natalis Santo Domingo
Convento de Cristo Rey
| agosto 19 de 2021 |
Los frailes del convento de Cristo Rey de Bucaramanga celebramos la Solemnidad de nuestro padre Santo Domingo con la Eucaristía de cierre de días de retiro espiritual. Como complemento a las reflexiones virtuales propuestas para toda la Provincia, fray Carlos Ortiz, O.P. dirigió otras reflexiones en torno al tema del jubileo: en la mesa con Santo Domingo, inspirado en la pintura de la Tabla de la Mascarella y desde allí en la dimensión espiritual de la vida fraterna.
El padre Prior, Fr Óscar Eduardo Guayán, presidió y la Eucaristía de la solemnidad, luego la comunidad de frailes compartió un almuerzo fraterno.
Homilía de la Solemnidad de Nuestro Padre Santo Domingo.
Como lo hemos vivido y reflexionado de manera especial en estos días de retiro, este año jubilar dominicano está siendo especialmente significativo al recordarnos uno de los valores más importantes del legado espiritual que nos ha dejado nuestro padre Santo Domingo: El valor de la vida común fraterna. Este valor evangélico se nos recuerda con la finalidad de renovar el compromiso que tenemos cada uno de los frailes y la Orden de Predicadores en general de ser anunciadores de una humanidad solidaria, justa y reconciliada. Por lo cual, como bien lo señalaba nuestro querido hermano Carlos: hemos de ser predicadores desde la fraternidad. Para nosotros la fraternidad es algo irrenunciable.
Fallar en la fraternidad es fallar en la predicación, aunque hagamos muchas otras cosas bien. Somos frailes de la comunión. La comunión con los hermanos es al mismo tiempo comunión con Dios. Tal como lo señala la primera carta del apóstol San Juan: “el que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”. O como lo escuchamos en La segunda lectura tomada de la carta a los Efesios que nos invita a desterrar la amargura, la ira, los enfados, los insultos, la maldad, más bien ser buenos, comprensivos a perdonarse los unos a los otros, a vivir en el amor de los hermanos. La comunión con los hermanos es el camino para la comunión definitiva con Dios. Celebramos precisamente 800 años de esa comunión perfecta de Domingo con Dios, porque supo amar a sus hermanos mereció la vida eterna en Dios. Y ese es el segundo aspecto sobre el cual quisiera que en esta oportunidad pudiésemos meditar: DOMINGO ha merecido entrar en la gloria de Dios, vive eternamente y nos recuerda que nuestro destino es alcanzar el cielo, y que nuestra predicación debe ayudar a los hermanos a llegar a esa comunión íntima y definitiva con Dios.
Nuestra predicación no se reduce en afirmar que debemos amarnos y procurar vivir en paz, nuestra predicación debe impulsar a los hermanos también a entrar en comunión con Dios, a saciar nuestro anhelo de vida en plenitud, de vida eterna. Cómo lo escuchamos en el Evangelio: “el que coma de este pan vivirá para siempre”, nos recuerda qué, Cristo es el verdadero alimento para esta vida presente y a la vez es el sustento para dar el paso a la vida eterna. Celebrar la Eucaristía es celebrar que Cristo es nuestro viático, nuestro alimento, nuestro sustento, nuestra fuerza para esta vida, para entrar en comunión con los hermanos y también para la vida futura que todos esperamos y en la cual ya entró nuestro padre Domingo. Sentarnos a la mesa de la Eucaristía como hermanos, en cada eucaristía que celebramos en comunidad debe ser para cada uno signo de nuestro deseo de alimentarnos con el pan del cielo.
Nuestra fe proclama la esperanza en la vida eterna y esta celebración jubilar donde celebramos que Domingo vive eternamente, 800 años del dies Natalis, del nacimiento de Domingo a la vida eterna en Jesucristo, es una ocasión para redescubrir la fe en un más allá de esta vida pasajera. Para los cristianos, la fe en la vida eterna no se basa en argumentos filosóficos discutibles sobre la inmortalidad del alma. Se basa en un hecho preciso: la resurrección de Cristo, y en su promesa: “quien cree en mi tendrá vida eterna”. Y aunque estamos más acostumbrados a escuchar reflexiones y buenos consejos sobre la vida presente, y poco se habla o poco se predica sobre la fe en la vida eterna, ésta se constituye una de las condiciones de la evangelización y de la predicación. Cuando decimos que Domingo afirmó a sus frailes en el lecho de muerte que les sería más útil desde cielo, esa utilidad debe entenderse para el ejercicio de la predicación.
Entiéndase su utilidad desde el cielo no solo para que sea nuestro intercesor, o para esperar que nos haga más milagros, sino para que nos siga señalando el camino, nuestro destino, Para que el referente de nuestra predicación sea la esperanza en la vida eterna, Y nuestro anhelo más profundo sea la comunión con Dios. Una predicación para los hombres y las mujeres de cada época y aún en la nuestra, no se reduce a procurar la armonía mundial, debe conectarlos con la esperanza cierta del cielo prometido, de la vida en plenitud. Por el contrario, el enfriamiento de la idea de la eternidad actúa sobre los creyentes disminuyendo en nosotros la capacidad para afrontar con valentía los sufrimientos y las pruebas de la vida. Qué complemento más perfecto se conjugan en esta fiesta de comunión. La necesidad urgente de insistir en la comunión con los hermanos y en despertar el deseo de la comunión con Dios.
Que no falten en nuestra predicación este imperativo de estas dos leyes inseparables. Aparece aquí la esencia del primero de los mandamientos: amar a Dios con toda nuestra fuerza, con todo nuestro corazón, y la del nuevo mandamiento del amor: y amar a nuestros hermanos cómo a nosotros mismos. Son inseparables y Domingo lo sabía muy bien y lo práctico a la perfección, hablaba con Dios y de Dios. De día nadie más cercano a los hombres, de noche nadie más cercano a Dios en la oración. Que Domingo desde el cielo nos siga inspirando para ser como él lo fue, auténticos predicadores de la caridad fraterna, de la esperanza de vida eterna: predicadores de la verdad.